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Parias de los parias

Yo soy propiedad del crimen organizado. Tú lo eres. Todos en este estado y en este país lo somos. Le pertenezco al Mencho o a los Guzmán. Tú eres de los de Santa Rosa o de Los Viagras. Y los demás, por allá, son de la Unión, o de los Guerreros. 

En Jalisco, los grupos delictivos asumen el papel que legítimamente correspondería al Estado en programas sociales, obra pública y combate al delito. Y tienen una mejor aceptación que las instituciones constitucionales, ya sea por simpatía o por un verdadero miedo que doblega hasta el silencio a la sociedad. La coerción sigue siendo la más poderosa de sus armas. 

Una práctica que recientemente se ha visto con más frecuencia es la hierra de personas. Como los ganaderos a su grey, los criminales marcan con hierro candente su hato de ajusticiados bajo algún señalamiento de rateros o de narcomenudistas no autorizados. Digamos que les perdonan la vida. Pudiendo asesinarlos, les catafixian la muerte por convertirlos en estigma vivo, en escarnio, en ejemplo de cómo tienen el poder para decidir sobre la justicia y sobre la supervivencia de las personas. 

Los marcados por el herraje candente de la delincuencia omnipresente dejan de tener decisión sobre su destino, han sido víctimas de un perdón que les ha costado su alma y no tienen más opción que someterse o huir. Parias de los parias. 

Pero no sólo ellos han sido marcados. Las quemaduras en su carne traspasan la individualidad y se hunden en el tejido social herrándonos a todos. La marca es una burla dirigida al Estado y a todos sus representantes desde el presidente hasta el funcionario más inmediato a la ciudadanía, pasando por el gobernador de cada estado, cada ministerio público y cada juez, cada legislador. 

Significa que no tienen miedo de dejar testigos que pudieran incriminarlos porque saben que quedarán impunes. La intención es, precisamente, dejar un testimonio vivo de que los capos pueden disponer de la vida y de la libertad de las personas a su antojo. 

Es por eso que pocas personas tendrán la confianza para acudir a la justicia constitucional democrática para pedir protección ante una extorsión o un cobro de piso y, en cambio, serán más propensas a entregar su patrimonio como tributo a los grupos criminales que han demostrado el control de aspectos tan cruciales como condenar al perdón o conceder la muerte. 

Más allá de la cifra negra que indica la ínfima cantidad de delitos denunciados están todas aquellas conductas que quedan sin conocer por parte del estado y es la sombra que se cierne sobre una verdadera garantía de justicia para la sociedad. Conocemos algunos casos de herrajes infligidos en personas que han sido localizadas, casos de mutilaciones y tortura, balazos no letales que se hacen a manera de advertencia a las víctimas. Pero, ¿cuántos no conocemos? ¿Cuántas de las personas advertidas prefieren escapar de su vida, tal como la conocían, y hundirse en el olvido para tratar de recuperar su libertad? La cotidianidad se convierte en una cárcel sin celdas para aquellos que no tienen de otra, sino someterse a la voluntad de la mafia. 

Y del otro lado está el poder blando. La narco filantropía. Los grupos criminales construyen puentes, llevan electricidad a ranchos recónditos, entregan despensas en momentos de vulnerabilidad económica por la peor pandemia que hayan enfrentado las generaciones vivas. 

Ya sea mediante el hierro, el plomo o el pan, los grupos de narcotraficantes y de delincuentes en general abarcan un vacío institucional y producen una vorágine de consecuencias en las decisiones políticas, económicas y sociales que difícilmente se vería en un Estado consolidado. 

Twitter: @levario_j

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