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¿Para qué sirven los premios?

La periodista Paula Mónaco Felipe, el fotógrafo Miguel Tovar y yo fuimos reconocidos el viernes pasado con el Premio Nacional de Periodismo 2019. Paula y yo nunca habíamos ganado un reconocimiento en nuestras carreras, no uno como éste. 

El reportaje es una crónica publicada en la revista Gatopardo y trata sobre una cuadrilla de hombres contratada por familiares del colectivo Solecito Veracruz para hacer lo que el Estado no hace: hurgar entre la tierra de los muertos y buscar el rastro de personas desaparecidas en las fosas clandestinas que siguen descubriéndose a lo largo de México. 

Gracias a esto pudieron ser rescatados los huesos de 300 personas en lo que llamamos la fosa más grande de América Latina; la mayoría de las víctimas siguen sin ser identificadas. 

Los desenterradores son hombres porque las características de la tierra no son iguales en todos los lugares y en la fosa de Colinas de Santa Fe, junto al mar del Golfo, se necesita mucha fuerza física para cavar. La mayoría de las personas en Solecito y en otros colectivos son mujeres con una fuerza asombrosa, pero con el tiempo su salud se va deteriorando mucho. Ellas organizan rifas, venden ropa, hacen bazares, venden comida en los carnavales para poder sostener su organización y poder pagar a estos jornaleros forenses, entre ellos a un arqueólogo. 

Una ley mexicana aprobada en años recientes sobre desaparición dice que el Estado debe hacer las búsquedas y debe destinar los recursos; en la práctica no se hace. Ni en Veracruz, ni en Jalisco, ni en ninguna parte del país. 

La historia es contextualizada con datos propios que recabamos durante al menos dos años sobre estas inhumaciones ilegales y mostramos el panorama en Veracruz, una de las entidades con más secuestros, extorsiones, asesinatos, masacres, feminicidios y desapariciones forzadas. 

Ninguna de las dos hemos concursado tanto en certámenes de periodismo y con frecuencia también nos hemos preguntado para qué sirve un premio de periodismo. Para decirlo más claro, nos hemos preguntado para qué sirve un premio que no sea sólo para el ego y la vanidad. 

Jeff Jarvis, el profesor de periodismo estadounidense, publicó hace dos años una columna titulada: “¿Qué sucede cuando una industria se caracteriza por su vanidad?”, en ella dice que los premios Pulitzer, por ejemplo, motivaban a la mayoría de los periodistas a impresionarse unos a otros más que servir al público. 

“Nuestras medidas de éxito están realmente jodidas”, escribió. 

Circulación, audiencia, páginas vistas, clics; lo más leído, lo más compartido en correo electrónico, tiempo de lectura. 

“Todas estas métricas son egocéntricas. Nuestras medidas de éxito deben, en cambio, ser establecidas por el público en función de sus necesidades y objetivos. Si alguien va a dar premios de periodismo, que sean las comunidades a las que servimos”. 

El primer trabajo del periodista es escuchar lo que dicen las comunidades y tejer puentes, escribió. 

Paula y yo creemos que los premios sirven para la memoria de un país que no está en paz, donde todos podemos ser víctimas de desaparición, como más de 76 mil personas a la fecha, y donde la probabilidad de ser enterrado en una fosa clandestina es muy alta. 

Creemos que sirven para “reconocer” un hecho, una historia, volver a mostrar y volver a mirar algo que se publicó y había quedado en el olvido entre tanta información digital o entre las páginas viejas de una revista. Traer de nuevo una historia del pasado porque es una historia que sigue estando presente, porque en este caso la situación de violencia en el país es peor. 

Creemos que los premios pueden servir para tener un pequeño respiro económico cuando vienen dotados de dinero: el trabajo periodístico está muy precarizado, cada vez es más difícil encontrar un espacio de publicación y pocas veces es bien pagado. Los recursos podrían ayudar para nuevas investigaciones. 

Lo más importante para nosotros es que se conozca —y reconozca— el esfuerzo de las familias de víctimas; nosotros solo amplificamos su labor. Y hacerlo con Paula es un privilegio. 

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jl/I