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Dos años de administración

Hoy se cumplen dos años de gobierno de la presente administración, de acuerdo con los tiempos oficiales de toma de posesión, porque, en términos de ejercer las posibilidades de decisión, nos remontaríamos a algunos meses antes, a julio, cuando tras los resultados del triunfo apabullante de la coalición Juntos Haremos Historia y con su carismático líder a la cabeza, el peso de las disposiciones de conducción del país se le deslizaron al grupo triunfador. 

Durante este recorrido han quedado bien ubicados los trazos con los que la mayoría morenista regula y decide el funcionamiento administrativo y político del país. Las decisiones que se han tomado tienen diferentes valoraciones en la medida de que se trata, como lo diría Daniel Cosío Villegas en El estilo personal de gobernar. En efecto, el estilo personal es un proceso en el que se desarrollan los planes y las estrategias de conducción de la administración pública. En el caso de la presente administración les ha tomado este par de años comprender la dinámica de funcionamiento administrativo. 

No se trata de un grupo que llegue por primera vez al gobierno, por lo menos en sus mandos más altos y, sin embargo, con el tiempo de adaptación y de ordenamiento del funcionamiento administrativo, poco a poco comprendieron que se trata de administrar y no de plegarse de manera unívoca y sin cortapisas al líder. Así, la comprensión de que se trataba de gobernar y no de liderar un partido en el que, los funcionarios y nuevos adherentes, representan un papel en la gestión de la administración, requirió su tiempo de aprendizaje. Gobernar un país no es liderar un partido. 

Al margen de la observación nacional de la curva de aprendizaje administrativo, otro fenómeno, igualmente importante y trascendente, lo ha sido el pasmo en el que se quedaron los partidos después de la elección de 2018. Súbitamente, se convirtieron una oposición minoritaria en la dimensión federal. La estructura con la que sobrevivieron han sido los bastiones con los que han logrado representaciones regionales en diferentes segmentos del país. De forma que el fenómeno tiene sus peculiaridades porque, por su parte, Morena tampoco tiene un arraigo nacional completo, tal y como ya se había experimentado en el país en otros tiempos. 

La falta de articulación organizativa y de fortaleza ideológica de los partidos opositores se ha diluido en el tránsito pragmatista del mantenimiento de los miniespacios de poder. En consecuencia, no existen ni liderazgos ni ofertas consistentes de partido para la elección de 2021 o que, por lo menos, generen una notoriedad trascendental y que representen promesas considerables para el elector. Muy por el contrario, el voto de castigo que casi por igual recibieron los partidos, se mantiene intacto. La recuperación de la credibilidad, independientemente del trabajo propagandístico de esta administración, le corresponde al trabajo de los partidos que, como ya señalábamos, se han dedicado al mantenimiento de los espacios de poder con los que ahora cuentan. 

Un factor interesante, que ha representado la crítica internacional de los partidos, es que las bases sociales no tienen incidencia real en la proyección del trabajo de representación. En consecuencia, las bases son sensibles y reactivas a los distanciamientos de las decisiones del pragmatismo partidista y, en algunos casos, a los arreglos cupulares de los partidos. Como ejemplo, las recomposiciones de mayoría en el Congreso federal en el que, al margen de los representados, los partidos realizan acomodos de acuerdo con estrategias de poder y no de representación. 

El momento importante en este tránsito sexenal lo representará la capacidad de organizar y de convencer para todas las fuerzas políticas en el país. Cierto, parecería que en lo federal solo hay una, sin embargo, la oferta de partidos será sometida a una importante prueba de consistencia y eficacia, incluyendo al partido en poder. 

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