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Tenemos derecho a nuestros ídolos

El tipo conduce el balón, se desplaza como un patinador desde el medio campo, deja rivales tirados en el camino, la pelota llega a las redes, la incredulidad se hace presente. ¿Cómo lo hizo? Yo en aquel momento odiaba a la selección argentina de futbol, odiaba a Maradona incluso, pero ese instante cambió mis sentimientos y mi perspectiva sobre este deporte que me ha apasionado desde los 8 años de edad, cuando llegué a vivir a Guadalajara. 

Maradona nunca fue mi ídolo como sí lo fueron Benjamín Galindo, Snoopy Pérez o Yayo de la Torre y como sí lo es Lionel Messi, pero ese gol a los ingleses en el mundial de México 86 me acercó mucho más a él. Paradójicamente, la obra que parecía hecha por un extraterrestre me llevó a identificar en Maradona su vertiente más humana. El tipo era una persona de carne y hueso, pero con una pasión descomunal por lo que hacía, y yo siempre he creído que la pasión es la única posibilidad que tenemos para conectarnos con “las otras dimensiones”. 

Un balón entrando al ángulo de la portería, un cuadro inconmensurable, la canción que cuenta aquella historia, la página que termina en escalofrío, la fotografía vieja de mi madre, una copa de buen vino, mi hija cuando sonríe; todos estos son vehículos que nos transportan a otro estado: uno de gracia que no debemos ocultar o callar. Nuestros ídolos y las pasiones que nos conectan con ellos son lo que nos constituye como personas. 

Menciono la palabra ídolo con toda la intención, porque parece que en nuestros tiempos este tipo de relaciones están condenadas. La simpleza burda e irracional que nos ha impuesto esta nueva era de comunicación todo lo descalifica, lo critica, lo carcome y lo demuele. A pesar del caudal de información al que tenemos acceso, parece que ahora estamos más limitados que nunca al momento de exponer nuestros gustos, preferencias y, sobre todo, nuestras pasiones. Hoy, los que tenemos ídolos somos una especie de imbéciles que nos hemos dejado embaucar por otros iguales a través de mitos y tragedias que no existen en la realidad. Pobrecitos. Si es así, no tengo problema en declararme imbécil o idiota, como ya lo hizo en su momento otro de mis ídolos, Julio Cortázar, también argentino, por cierto. 

No soy adorador de Maradona, pero respeto a los millones que vieron y ven en él un motivo más para amar la vida y una de las expresiones estéticas que más apasiona al mundo: el futbol. Maradona no fue mi ídolo, pero no termino de entender la “corrección” de algunos que critican la vida privada de un hombre por encima de lo que públicamente nos regaló. Critican sus adicciones y excesos y nos hacen saber que era un hombre indigno de nuestra admiración. 

Esta limitada taxonomía de las personas resulta un absurdo por donde se vea. Calificar a Maradona de algo está bien, a eso se la llama libertad, pero sugerir que sus seguidores son tontos equivale a desdeñar todo lo que nos resulta ajeno, todo lo que nos suene a “otredad”, y eso está muy cerca de convertirse en fascismo. 

El “todos son pendejos, excepto yo” puede transformarse muy rápidamente en una trampa que nos coloca justo del lado equivocado. Muchas y muchos explotaron, en las redes sociales, contra los adoradores de Maradona, mostrando exactamente la estupidez que tanto les incomoda en los demás. El “otro”, el ajeno, el diferente, son conceptos que, según los apliquemos, nos pueden definir más a nosotros mismos que aquellos a los que pretendemos calificar. 

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jl/I