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Esa agencia llamada DEA

Vivía en Buenos Aires, Argentina, cuando de manera sorpresiva el jefe de la agencia antinarcóticos en ese país me respondió un correo electrónico donde me decía que sí, que nos viéramos como le solicitaba en el email. Le había dicho que acababa de terminar una maestría y que ahora estaba colaborando con el diario Perfil. Escribía de seguridad y temas de drogas en los años en que la prensa porteña empezaba a publicar sobre la ruta de la efedrina, esas conexiones entre México y Argentina que quedaron más al descubierto. 

Me citó en un café a la vuelta de su oficina, en un lugar pequeño con ventanales grandes, desde donde podían verse las brillantes hojas de los árboles de plátano sin plátanos, algunos de los que el ex presidente Sarmiento importó de Estados Unidos hace siglo y medio. 

Hablamos ésa y otras veces más. 

Acordamos que yo podía publicar que la DEA dijo o que la DEA informó, pero él quedaría como una fuente confidencial, no podía nombrarlo. 

Cuando pienso en esa cita me recuerdo más como estudiante, con una combinación de curiosidad, timidez y arrojo que nunca se debería de abandonar. Desde la primera reunión me contó de su familia, de sus hijos y lo difícil que era vivir en Buenos Aires, lejos de su país. Me dijo que el narcotráfico nunca iba a terminar, tampoco la corrupción. Se veía cansado y hasta pesimista… o realista. 

A los meses me mandó un mensaje de que se iba, se retiraba a una casa en Florida, a andar en un yate con su esposa y a no perderse las reuniones familiares. No sé cómo fue que nos agregamos a Facebook y desde ahí seguimos otro tipo de contacto. Un par de veces, cuando yo ya estaba viviendo en la Ciudad de México, le consulté sobre temas de reportería; en uno pudo ayudarme, pero en el otro, no. 

En los años posteriores ha sido muy difícil tener como fuente una o un agente de la DEA en México y en Estados Unidos. La agencia es muy cerrada, no suelta entrevistas ni información si no es porque les conviene o porque llevan muchos años conociendo a periodistas especializados en la unión americana. 

Y ese andar, como de quien no tiene que rendir cuentas, no sólo pasa con la prensa. 

Cuando detuvieron a Genaro García Luna en diciembre de 2019 en Dallas, acusado de haber aceptado sobornos del Cártel de Sinaloa y lavado de dinero, las policías locales no fueron informadas. Hasta ahora, un año después, es un misterio el lugar exacto donde lo detuvieron. 

Cuando detuvieron al ex secretario de la Defensa Nacional en California, acusado también de supuestos nexos con el narcotráfico, el gobierno mexicano dijo que Estados Unidos no le había informado de la operación para llevar al banquillo a Salvador Cienfuegos. Luego, en una inusual jugada diplomática, el general retirado volvió a México, libre de cargos en Estados Unidos. 

Hace unos días el Senado mexicano aprobó una propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador para restringir a los agentes estadounidenses en México y eliminar su inmunidad diplomática. 

El proyecto de ley señala que todos los agentes extranjeros, de cualquier país, deben proporcionar toda la información que recopilen a las autoridades mexicanas, pero se les permitiría portar armas. 

La DEA inició en 1973 con cerca de mil 500 agentes especiales lanzados para combatir a los traficantes de droga. Y en 47 años de operaciones los agentes especiales ahora son más del triple. Tienen más de 239 oficinas nacionales y 91 oficinas en el extranjero en 68 países. Medio centenar de sus agentes está en México. 

Es la DEA de Enrique Camarena, la DEA que ayudó en la operación Rápido y Furioso con la que se desviaron unas dos mil armas a México, la DEA que no ha escapado de acusaciones de agentes corruptos, la DEA que no hizo nada para detener la masacre de Allende. También es la DEA que ha propiciado la detención de una larga lista de funcionarios mexicanos encarcelados en Estados Unidos, personajes que de otra manera no hubieran sido detenidos en nuestro país. 

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