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El cíber, nueva aula

Tuve la necesidad de llevar a un estudiante de sexto de primaria de una escuela oficial a un cíber a que tomara sus clases con su maestra que se encontraba a 650 kilómetros de distancia. 

Mi madre ingresó a una casa de descanso en la playa para evitar un contagio por un brote de Covid-19 en la familia. El estudiante es hijo de una enfermera que como requisito para cuidar a la abuela puso llevarse a su hijo para poder atender al adulto mayor. Así que me convertí en el padre postizo como parte de mis responsabilidades. La experiencia resultó por mayor interesante, digna de contarse. 

Mientras el chico tomaba la clase con sus audífonos y cubreboca en una computadora pública ante la falta de Internet en casa, yo trabajaba en otra computadora de aquel cíber. Eran las 9 de la mañana y de a poco las más de 20 computadoras se ocuparon por estudiantes de primaria y secundaria que aparentemente tomarían sus clases con gran responsabilidad. Todos eran maravillosos cibernautas a quienes la pandemia hizo expertos en plataformas y herramientas digitales. Todos asistían a escuelas distintas, maestros diversos y grados variados. De pronto, todos minimizaron las pantallas de la maestra y empezaron simultáneamente a jugar con videojuegos de lo más actualizados. Unos, FIFA con gran emotividad, otros era diestros en la batalla con League of legends mientras que algunos preferían Fornite o Crossfire y uno que otro, Minecraft. 

Mientras tanto, los maestros se esforzaban: explicaban, hacían ejercicios, preguntaban, exponían. De vez en cuando, entre el grito de gol o las advertencias del enemigo, contestaban: “Presente maestra”, “sí entendí”, “gracias, profe”. Todo ocurría a la par en aparentemente atención disfrazando la gozadera en el cíber como si fuera un casino infantil. El dueño, feliz, rentando computadoras. 

Esta es la otra realidad que seguro pasa en muchas comunidades. Menores engañando a mayores. No pude resistir y pregunté al dueño del cíber si era común la escena. Con desfachatez contestó: “Desde que inició la pandemia”.

Así que el amigo y muchos otros dueños de ciberespacios en renta han hecho limonada con los limones. Otra realidad de nuestro México: los niños se quedan solos y los padres salen a trabajar para pagar el gasto extra de las clases virtuales.

No pretendo dar ninguna lección o reflexión, sólo ser descriptivo de la tragicomedia que ocurre en nuestras ciberaulas. Maestros creyendo dar clases, padres con fe mandando a sus hijos a la ciberclase y estudiantes gozando de la pandemia en otra forma de socializar con videojuegos y su pandilla en el local del barrio. Urge regresar al aula. La brecha educativa se abre y estamos por cumplir el primer aniversario de escuelas sin estudiantes. 

jl/I