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La oposición pasmada

Estamos a tres meses de la elección 2021. Será el proceso “más grande de la historia” porque se empatarán las votaciones para elegir a los 500 diputados federales con procesos locales en 32 entidades del país. 

Las elecciones intermedias, como se denomina a las que ocurren a mediados de un sexenio y en las que no se elige al primer mandatario nacional, suelen ser menos atractivas para los electores. En ellas, los índices de abstención, ya de por sí altos, se incrementan todavía más. 

Este fenómeno puede explicarse, en parte, por la cultura presidencialista tan arraigada en nuestro país. Desde la época prehispánica, con los tlatoanis, hasta nuestros días los destinos del país dependen en buena medida de los deseos de “el preciso”, como solían llamar los agentes del Estado Mayor Presidencial al primer mandatario. 

De ahí que mucha gente piense que lo que realmente importa son las elecciones presidenciales. 

En este sexenio, la cultura presidencialista se ha vuelto a fortalecer. Son notorios los esfuerzos del presidente López Obrador por centralizar el poder y por debilitar o incluso desaparecer a las instituciones que puedan hacerle contrapeso. 

Nuestro sistema democrático es aún muy débil. Durante los 60 años de gobiernos priistas y lo que llevamos de precaria democracia, la separación de poderes ha sido muy frágil. Especialmente cuando el partido oficial, antes el PRI ahora Morena, cuenta con amplias mayorías que permiten al Ejecutivo impulsar sin mayor dificultad sus iniciativas. Es orgullo de los mandatarios que el Congreso no toque “ni una coma” a algunas de las propuestas de ley que envían al Poder Legislativo. 

Esta es la razón por la que estas elecciones sí resultan importantes, aunque en ellas no se elija al primer mandatario. Es también la razón porque en las elecciones de 2018, el entonces candidato y hoy presidente, insistía a sus seguidores en votar por Morena en todas las boletas. Así lo hicieron millones. 

El proyecto del presidente llega a un momento crucial. Consolidar su proyecto político dependerá en buena medida de que mantenga la mayoría en el Congreso. Una mayoría le permitirá garantizar los votos necesarios para sacar adelante leyes, modificar la Constitución y nombrar a funcionarios afines en poderes y órganos independientes. 

Morena, junto con partidos veleta, como el Verde que se alían sin pudor con quien esté en el poder, cuenta ya con la mayoría. De acuerdo con las encuestas, el partido de presidente no sólo la mantendrá en las próximas elecciones, sino que la incrementará para constituir una mayoría absoluta, lo que le facilitaría modificar la Constitución. 

Quienes consideren que el proyecto político de López Obrador vale la pena tendrán la oportunidad de consolidarlo. Quienes piensen lo contrario podrán dificultarle el camino si votan por otras opciones. Sin embargo, esas alternativas son sumamente pobres. 

Tras la tunda que Morena puso al PRI, al PAN, al PRD y a Movimiento Ciudadano en las elecciones de julio de 2018, la ahora oposición sigue en la lona, pasmada. A casi tres años ningún partido ha logrado levantar cabeza. 

Han sido incapaces hasta ahora de constituirse como alternativas frente a la popularidad del presidente. Lejos de construir agendas propias, apenas atinan a reaccionar, torpemente, además, a la agenda que les marca López Obrador. Concentrados más en sus disputas internas y en conservar los espacios de poder y presupuesto que aún les queda, parece que ya tiraron la toalla. 

Morena no puede cantar victoria todavía. En tres meses las cosas podrían cambiar, más por algún error grave del actual gobierno, que por la existencia de otras alternativas. Cada día que pasa, el partido oficial consolida su ventaja ante el pasmo de la oposición. 

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