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Los memoriales: resistir al olvido

Los memoriales son una larga tradición en México. En carreteras y avenidas se han colocado miles de cruces, capillitas, lápidas pequeñas, con el nombre y fecha de la muerte. Son homenajes y recuerdos donde se depositan flores, veladoras y se reza. En Guadalajara, cuando un ciclista es arrollado y muerto se ponen biclas blancas en el lugar del accidente. Son diversas las maneras simbólicas de rebasar el miedo, el dolor o el silencio. 

Colectivos feministas pusieron en 2020 una antimonumenta en Plaza de Armas, luego de que meses atrás las autoridades estatales habían retirado del Parque Revolución un memorial por los feminicidios. La Glorieta de los Niños Héroes es ahora de los y las desaparecidos. Otro memorial recuerda la tragedia del 22 de abril de 1992 en Guadalajara. Es visibilizar en los espacios públicos. Es ofrendar cariñoso recuerdo a los muertos, como un derecho humano. 

Los nombres de miles de víctimas de desapariciones y de feminicidios en Jalisco y el resto del país deben continuar recuperándose en memoriales, edificios, monumentas, sitios web o en otros lugares o medios. Hay que documentar la memoria histórica de la violencia política y de violencia criminal, muchas veces combinadas. 

Reducir lo sucedido a bases de datos cuantitativos o con escasa información en la web deshonra la memoria de las víctimas, minimiza los crímenes, no comparte la tragedia que padecen las familias. Recopilar para exigir justicia y que no se repitan esos terribles episodios para traer las personas al presente como si continuaran vivas, para sacudir la indiferencia social. Es restregarles a los criminales, autores materiales e intelectuales, que sus delitos merecen el repudio social. 

Si en las vallas metálicas que rodeaban Palacio Nacional se escribieron los nombres de más de 3 mil víctimas de feminicidio, que su recuerdo sea imperecedero en un memorial, como reclamo ante la complicidad, desdén, ignorancia o ineficiencia desde el poder institucional. 

Plasmar los nombres de los desaparecidos se remonta a los años 70 y 80 del siglo pasado. Se pintaban con brochas o spray en Guadalajara, en muros de lotes baldíos. Por hacerlo, decenas fueron detenidos y torturados por policías que exigían permiso del ayuntamiento para fijar propaganda o pintar paredes. 

Entre las antimonumentas destaca una sobre los feminicidios. Está en la Ciudad de México, frente a Bellas Artes. Ahí se colocan flores, veladoras, carteles, nombres de las víctimas. 

Sin ser el único, un ejemplo de memoriales lo hallamos en Córdoba, Argentina, donde las autoridades avalaron colocarlos, a base de láminas, donde fueron detenidos y desaparecidos miles de argentinos, además de tener un museo que recuerda ese oscuro episodio de la dictadura. Hacerlo es educativo para las generaciones jóvenes. 

En la ciudad de Guatemala, en muros del atrio de catedral pusieron los nombres de miles de desaparecidos durante el conflicto armado interno. La Iglesia católica de allá, más solidaria que la de México en ese tema, promovió el informe Guatemala nunca más. Lo encabezó monseñor Juan José Gerardi Conedera, director del Proyecto Interdiocesano Recuperación de la Memoria Histórica, antecedente del informe. Días después de darlo a conocer, el religioso fue asesinado por militares, en abril de 1998. Con mucha claridad, Gerardi señaló: “Queremos contribuir a la construcción de un país distinto. Por eso recuperamos la memoria del pueblo”. 

Autoridades no suelen avalar ni mucho menos promover memoriales como los descritos. Aprueban rotondas o monumentos con personajes no incómodos, de los cuales una parte no merece estar ahí. Los otros memoriales, los de protesta social, seguirán adelante para exigir el cumplimiento de los derechos a la memoria, la verdad y la justicia. 

Twitter: @SergioRenedDios

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