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Acoso

Con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se abrieron múltiples aristas y reflexiones en torno a los tipos de violencia que sufrimos las mujeres. 

En esta ocasión quisiera referirme de forma particular al acoso, esa modalidad que a muchos les parecen denuncias exageradas porque un acoso no deviene necesariamente en golpes o no acaba forzosamente en una violación, sólo por poner un ejemplo. 

De acuerdo con el Diccionario panhispánico de español jurídico, la definición penal de acosar es “Atentar contra la dignidad y crear un entorno intimidatorio, humillante u ofensivo mediante conductas no deseadas (...)”, mientras que la definición administrativa es “Perseguir sin tregua a un animal que es pieza de caza (...)”. Curiosamente, las mujeres con quienes he conversado sobre este asunto terminan más sintiéndose como un animal perseguido sin descanso con la única finalidad de cazarlo. Eso somos, así nos sentimos: presas, unas presas involuntarias de la violencia machista. 

Y si nos queremos meter un poco más en ese tema, basta preguntarles a nuestras compañeras, amigas, hijas, hermanas, sobrinas, tías, madres y abuelas cuándo fue la primera vez que fueron acosadas sexualmente. 

Cada año, alrededor del 8M, surgen en las redes las historias de #MiPrimerAcoso. ¿Qué es lo espeluznante? Las edades de las niñas, porque resulta que cuando son acosadas por primera vez suelen tener 6, 8, 10, 12 años… 

Cualquiera imagínese tener 6 años y ser manoseado cuando vas acompañando a tu mamá en el camión; tener 8 y salir de la escuela, con uniforme, y que unos tipos te griten que qué rica te ves con esa faldita, y de paso te den una nalgada; tener 10 años y que tu tío te obligue a que le des un beso en los labios para que le agradezcas “como se debe” el regalo que te acaba de hacer; o tener 12 años, salir de la tienda, y que un papá esté incentivando a su hijo de 9 o 10 a gritarte que estás bien chula y que te va a robar para hacerte su novia. 

Después de que he leído o escuchado ejemplos como estos, quedo perpleja con la reacción del entorno. Exageradas, dicen. Ridículas. Cómo se acuerdan tan bien si estaban tan chicas, seguro están inventando. Nadie les hizo nada, no las tocaron, sobredimensionan todo… Y esos son los más amables, porque están los otros que justifican las acciones contra estas niñas: pues por qué usan faldas (de uniforme de primaria) si no quieren que les griten o les den una nalgada cuando esperan cruzar la calle, por qué van solas a la tienda, por qué aceptan los regalos del tío, por qué no se bajaron del camión… todo termina siendo nuestra culpa, acaba siendo motivo de burla o de nuevas violencias; nuestras niñas no nos dicen nada (ni aun de adultas) porque no tienen confianza en nuestras reacciones, porque no les vamos a creer, porque nos burlaremos o minimizaremos, y entonces ellas callan y a veces siguen aceptando el acoso y la violencia. 

Ahora soy tía de dos niñas. Y tengo al menos un par de años pensando en que quisiera ser para ellas esa tía a la que siempre puedan acudir porque, no importa qué sea, creeré en su palabra, las defenderé y les diré que lo vamos a solucionar juntas. Que pueden acercarse a mí, porque no las juzgaré ni las culparé, sino que buscaré la forma de que ellas se sientan seguras, queridas, respetadas. 

Quiero que Sofía y Zoé crezcan en un mejor lugar en el que nosotras crecimos. Quiero que vivan sus infancias de forma feliz, plena y segura. 

Quiero que nadie las toque, las amenace ni les grite cuando van por la calle. 

Quiero que sepan que no están solas, que su manada las acompaña. 

Tal vez de alguna manera eso nos ayude a sanar a las niñas que fuimos. 

Que viven dentro de nosotros. 

Todavía. 

 

Twitter: @perlavelasco

jl/I