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La lucha para no discriminar

El 22 de marzo es el día en que el planeta celebra la lucha contra la discriminación. Lo primero que se viene a la mente son los esfuerzos contra la discriminación racial y en especial por la aceptación y la tolerancia de hombres y mujeres de raza negra o, mejor pronunciado socialmente, afrodescendientes. 

Aceptar y tolerar ya son palabras hirientes. Lo correcto es hablar de respeto mutuo, de inclusión. Así hemos observado cómo en la mercadotecnia desapareció la imagen de Aunt Jemima que había existido hace más de 130 años vendiendo deliciosa harina para hotcakes por considerarse un estereotipo racial y lo mismo ocurrió con la empresa mexicana Bimbo, que eliminó el Negrito, aquel pastelillo emblemático. 

Como si poner alguna imagen asiática, latina o de personas blancas también fuera ofensivo. Los Pieles Rojas, el equipo de la NFL, dejaron después de 87 años de llamarse así por parecer ofensivo y discriminatorio; dichas acciones tienen un efecto contrario, refuerzan la ridícula minusvalía de algún genotipo. Lo peor de todo es que creemos que la discriminación por color de piel es lo más grave que existe, cuando hay otro tipo de discriminaciones más profundas y aceptadas socialmente. 

Se discrimina al anciano, al que profesa otra religión, al que ha sufrido algún daño físico, como una quemadura facial o la pérdida alguna extremidad. La discriminación de género, y no hablo exclusivo de la mujer, sino incluso por tener cierta orientación sexual cuya atracción emocional o afectiva no va de acuerdo a su sexo biológico y por lo tanto no respeta los roles sociales, culturales y conductuales, dándonos derecho a todo tipo de acoso. 

Se discrimina por origen étnico lo mismo al indígena, al ranchero o al migrante; discriminamos especies animales, lo mismo que las xenofobias al extranjero o a quien no considero raza pura. 

Discriminamos por la lateralidad de la mano izquierda, color de ojos, la forma de la nariz, estatura y peso. Discriminamos al pobre y todo rechazo se acaba cuando hay dinero de sobra: admiramos a Andrea Bocelli ciego, Ricky Martin gay, Joy lesbiana y cada fin de semana ovacionamos a decenas de afroascendientes por sus prodigios atléticos.  

Nos hemos deshumanizado y lo seguiremos haciendo mientras sigamos vendiendo tenis de 30 mil pesos para pisar al pobre, ofrezcamos en restaurantes exclusivos carne y huevos de tortuga, sigamos poniendo como héroes a los atletas que triunfan con trampas o en casa tratemos con desprecio a la trabajadora del hogar. 

No se enseña a no discriminar con un día conmemorativo, sino con en el ejemplo diario en escuela y en casa, incluyendo socialmente y respetando; se logra siendo honorables con la gente en lo cotidiano por el simple hecho de ser personas. La pregunta personal y reflexiva al interior es saber a quién discrimino, cuál es la razón y quién me generó tan despreciable sentimiento para así eliminarlo de mi yo para colaborar con la Declaración y Programa de Acción de Durban que debiera integrarse a todo reglamento escolar, programa educativo y ética profesional. 

jl/I