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¿Apuesta totalitaria?

En las últimas semanas hemos observado cómo el presidente Andrés Manuel López Obrador ha ido escalando sus ataques contra personas, organizaciones e instituciones que por un motivo u otro no le han concedido la razón.

Hay quienes plantean que esto es una cuestión de cálculo, que son maniobras para distraer a la población de situaciones que potencialmente podrían minar su popularidad, como el alto número de muertes por Covid-19; la elevada cantidad de personas desaparecidas en nuestro país y la impunidad que gozan quienes cometen ese delito; la falta de medicamentos en las clínicas y hospitales públicos; y varios otros temas. Y si vemos los resultados de las encuestas de opinión, parece confirmarse la hipótesis, puesto que la aprobación a su gobierno sigue siendo muy alta, aunque aún no se experimenten los resultados de la transformación del país que afirma haber echado a andar.

Sin embargo, todo eso pueden ser tácticas que encubren su verdadera estrategia, una que podría estar erosionando los relativamente escasos avances que hemos tenido en la construcción de una democracia.

La posición de López Obrador y de sus seguidores, respecto a la negativa del INE a reconocer la candidatura de Salgado Macedonio a la gubernatura de Guerrero, porque él incumplió con la ley, a diferencia de sus compañeras y compañeros de partido, es muy preocupante, pues han planteado que la ley debe torcerse o ignorarse, si con eso se cumple la voluntad del pueblo, que conocemos a través de su portavoz, que, asumen, es López Obrador.

Esa manera de pensar me resulta alarmante, porque parece calcada de los planteamientos de Carl Schmitt, un filósofo que fundamentó la creación del Estado totalitario alemán bajo la dirección de Adolf Hitler. En síntesis, Schmitt planteó que la política se basa en distinguir quiénes son los amigos y quiénes los enemigos, y esa distinción le corresponde hacerla al Estado.

A Schmitt le preocupaba mucho que el desacuerdo debilitara al Estado alemán, y lo dejara a merced de los demás, por eso apostaba por la creación de un consenso, impuesto, pero consenso al fin, que permitiera mantener la unidad interna, con el fin de poder enfrentar apropiadamente la amenaza externa. De esta manera, según Schmitt, el predestinado a ser el guía tendría que generar el consenso en torno a él, con lo que se suprimiría la necesidad de la política, dado que el guía se encargaría de definir quiénes son los enemigos, y propondría la misión del país.

Vista la actuación de López Obrador a la luz de los planteamientos de Schmitt queda clara su estrategia: por un lado, polarizar al país, planteando una definición tajante del tipo “estás conmigo o contra mí”, que sus seguidores reproducen, al tiempo de aceptan los mandatos/mandamientos que él les da, aunque eso les implique hacer lo que criticaban en los otros.

Esa apuesta por el totalitarismo explicaría por qué López Obrador propuso la cuarta transformación, le ha dado tantas tareas al Ejército y azuza a sus seguidores en contra de los medios o periodistas que no le dan por su lado, y permite que se amenace y amedrente impunemente a integrantes de organismos autónomos que se atreven a contradecirlo. Y eso no es democrático.

Porque una democracia, siguiendo a otra filósofa, Hanna Arendt, se nutre de la diversidad de posturas, del disenso, puesto que se reconoce la misma dignidad en todas las personas, y por lo tanto no tiene sentido considerar un enemigo a quien piensa distinto. Más vale que recordemos lo que sufrieron los países europeos y sudamericanos con sus gobiernos totalitarios, y no dejemos que nos pase.

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JB