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Los desenterrados del Saucillo

Una noche de domingo, en agosto de 2018, los cadáveres de cuatro hombres y dos mujeres desaparecidos fueron encontrados en una fosa clandestina en el predio Barranquilla del rancho El Saucillo, en el municipio de Juanacatlán, una zona poco poblada y con campos fértiles, aunque duros para la labranza. 

Como lo ha hecho siempre, el colectivo Por Amor a Ellxs acudió al forense y escribió a mano en una libreta los rasgos de las víctimas y las características del tipo de ropa. 

El Saucillo de Juanacatlán, que no es el mismo que El Saucillo de Zapotlanejo, es el último punto de un camino de terracería después de pasar por El Salto, por la ciudad de Juanacatlán y por un sitio llamado Los Mil Coyotes. 

Datos del Inegi muestran que, hasta hace algunos años, El Saucillo no tenía más de 50 habitantes, pero los pobladores de los alrededores lo usaban con frecuencia para actividades recreativas. 

En un informe de la Comisión Estatal de Derechos Humanos del año pasado sobre la contaminación en las áreas cercanas al río Santiago y al lago de Chapala, El Saucillo aparece como uno de los lugares con menos espacios acuáticos para actividades culturales, económicas y lúdicas, como pesca, balnearios comunitarios, paseos en lancha. 

La gente cercana a estos afluentes describió los olores cada vez más fétidos, una mezcla de olor a caño, a ovejas o animales de granja, hedor de animales muertos y de agua estancada. Olores que cambian con el transcurso del día, pero que se incrementan después de las 4 de la tarde, dijeron las personas entrevistadas por la comisión. 

Si cualquier persona busca El Saucillo, Juanacatlán, en Google, lo primero que encontrará será páginas donde se ofertan terrenos. Una página de Facebook muestra en fotografías una región entre árboles y cerros, sin casas y hierba crecida bajo el cielo azul. 

Son terrenos a pocos kilómetros del nuevo Macrolibramiento, dicen los vendedores, terrenos “con bastante tranquilidad en los cerros”, “pegados a un hermoso lago”, “terrenos con agua nacida del cerro”. 

La fosa con los seis cuerpos en 2018 había sido el principio de la intranquilidad. 

En febrero de 2020 los vecinos de El Saucillo se toparon con un operativo que no habían visto nunca: patrullas por todo su territorio, un helicóptero que sobrevolaba el área, camionetas de la Fiscalía del Estado de Jalisco. 

Una persona secuestrada fue rescatada con vida, uno de los captores fue detenido y dos lograron escapar hacia el cerro, según el parte oficial. 

“Se acabaron los días de campo los 16 de septiembre”, escribió un poblador en un grupo de Facebook de El Saucillo. “Medio pueblo sube a asar elotes y a pasar el día en el cerro”. 

“No mames, si ya estamos muy jodidos con el río, ahora esto, ¿acaso no piensan?”, escribió otro. 

En marzo, tras un mes del rescate del secuestrado, seis bolsas con restos humanos y fragmentos óseos fueron localizadas en una nueva fosa clandestina. 

A los olores de las aguas contaminadas, los desechos de las empresas y los animales se sumaron los olores de los cadáveres. 

Un periodista de El Occidental escribió en una nota que fuentes de la fiscalía investigaban posibles vínculos de policías municipales de Juanacatlán con los enterramientos clandestinos. 

Con la pandemia del Covid-19 las labores de búsqueda en la fosa pararon. 

Hace unos días las autoridades reportaron el hallazgo de 88 cuerpos más en El Saucillo; dijo que 34 habían sido identificados. Ochenta y ocho más las seis personas de 2018, 94 vidas desenterradas. 

Quién está detrás de todos estos crímenes, más de mil cuerpos exhumados desde enero de 2018, según datos oficiales. Quién permite esta movilidad criminal en un poblado que posiblemente ya tiene más muertos que habitantes. 

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