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Ausencia de humanidad

Que los hallazgos de fosas clandestinas hayan sido menos en el último año y que haya una menor cantidad de víctimas exhumadas no significa que ese tipo de crímenes estén cediendo. Al contrario. Parece indicar que las personas dedicadas a ese tipo de actividades están siendo mucho más cuidadosas para que no las lleven ante la justicia. 

Las desapariciones y los asesinatos de personas no paran. Son las dos actividades directamente relacionadas con las inhumaciones realizadas por grupos criminales y no es verosímil pensar que hay menos, principalmente pensando que las instituciones, tanto policiales como científicas, están rebasadas para realizar la búsqueda profesional de víctimas en entierros clandestinos en más de dos lugares a la vez y que el procesamiento de un solo punto suele demorar varias semanas, incluso meses. 

Hubo hace tres a dos años hallazgos de algunas macrofosas que contenían decenas de víctimas, una gran parte de ellas destazadas y colocadas en bolsas de plástico. Incluso, uno de los sitios procesados podría considerarse como una fosa acuática, un canal donde los criminales colocaron a una gran cantidad de víctimas en dos lugares distintos y muy próximos entre sí. Han sido experimentos. Prueba y error. 

Desde el boom de hallazgos de fosas clandestinas a partir de 2018, se localizaron una gran diversidad de modalidades de entierros. Desde las comunes inhumaciones simples con tierra, hasta personas emparedadas y otras colocadas en una especie de cimientos de concreto. En la década de los 2000 era algo insólito ese tipo de prácticas, pero a mediados y finales de la década pasada se intensificó una práctica criminal cuya principal finalidad es ocultar los crímenes, evitar la exposición pública, tratar de que las víctimas no sean halladas y que queden tejidos inidentificables, complicar las labores de la Fiscalía del Estado y del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses. Tal éxito han tenido que han logrado colapsar la capacidad forense, aunque el gobierno se empeñe en proclamar lo contrario. 

Todo ello habla de una profesionalización del crimen organizado en esa actividad tan específica de enterrar y desaparecer personas. 

La Fiscalía no ha sido transparente en las actividades de persecución de ese tipo de crímenes ni en sus resultados. Acaso el único asunto relevante de consignaciones relacionado con fosas clandestinas sea la célula delictiva que detuvieron elementos de la Guardia Nacional en una situación fortuita luego de un enfrentamiento a balazos en Tlaquepaque, que llevó a la localización de algunos sitios de inhumación por parte de los investigadores. De no ser por esos testimonios, la Fiscalía parece estar perdida porque delega preponderantemente las atribuciones de búsqueda a las familias de las víctimas, pidiéndoles a ellas que les lleven datos para intervenir posibles puntos de inhumación. Son las familias, específicamente las madres de las personas desaparecidas, quienes fungen como detectives, con todos los riesgos y la revictimización que ello implica. 

Del otro lado están criminales, cuya única regulación son los propios ajustes de cuentas y no la persecución penal para llevar a juicio, esclarecer los crímenes y lograr la justicia para las víctimas y para la sociedad. 

Para partir a una persona se requiere, ya sea un sumo respeto por la humanidad, en el caso de los especialistas forenses en pos de la ciencia y de la justicia, o una completa falta de escrúpulos y de misericordia, como en el caso de los criminales que ahora dominan la técnica y tienen estrategias cada vez más complejas para evitar ser capturados. Va ganando la ausencia de humanidad. 

Twitter: @levario_j

jl/I