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No al silencio

Todavía no termina enero, el primer mes del año, y en México ya fueron asesinados tres periodistas. Hoy, en todo el país se llevará a cabo una movilización. Desde diferentes plazas se condenarán los homicidios de Lourdes Maldonado y Margarito Martínez, en Tijuana, Baja California, y de José Luis Gamboa, en Veracruz. 

De tanto escucharlo, ya sabemos todos que México es el país que, sin estar en guerra, es el más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. Y no importan los cambios de partido en el gobierno ni las condiciones de las entidades federativas. Esa realidad es posible porque detrás de cada caso ha habido impunidad. 

En los días recientes, desde diferentes foros se ha convocado a participar en la discusión sobre los cambios que deben realizarse al mecanismo de protección a defensores de derechos humanos y periodistas. Porque cada que se registra un asesinato volvemos a preguntarnos lo mismo: si sirve de algo, si es suficiente, si es oportuno, si debe modificarse. 

Entre los números con los que solemos contar los muertos en México hay algunos que sin duda nos han obligado a hacer un alto y revisar. Y no es que haya periodistas más importantes que otros, sino que las circunstancias y los momentos que los enmarcan llaman a buscar respuestas. O tal vez son los que nos hacen sentir más miedo, porque eran personas más visibles, porque tenían protección, porque sabían cuidarse o por muchas razones más. 

Recuerdo el homicidio de Rubén Espinosa en la Ciudad de México, el lugar al que tuvo que desplazarse, dejando atrás su vida, su familia y su compromiso con diferentes causas en Veracruz. Fue en 2015, los peores años para el periodismo en esa entidad, bajo el gobierno de Javier Duarte. Con la discreción que le ofrecía la gran metrópoli y bajo la protección del mecanismo fue asesinado. Recuerdo a varias periodistas derrumbarse, admitir que el mecanismo no servía y que debíamos dejar de creer que podíamos cuidarnos entre nosotros. 

También hay casos que resultan significativos porque detrás del asesinato de un periodista están las historias que reporteó. Como el asesinato de Miroslava Breach, en Chihuahua. La imagen de su auto afuera de su casa aquella mañana de marzo de 2017, cuando esperaba a su hijo para llevarlo a la escuela, fue un cubetazo de agua fría para el periodismo en México. 

“A Miroslava la mataron por lengua larga. Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. No al silencio”. Esas fueron las palabras que publicó Javier Valdez, fundador de Ríodoce, en Sinaloa, un par de días después. Javier, quien defendió hasta el último día la responsabilidad de publicar la verdad. 

Dos meses después Javier Valdez fue asesinado al salir de Ríodoce. Luego nos enteramos de que analizaba la posibilidad de aceptar su desplazamiento hacia otro país, pero no tuvo tiempo. 

Por detalles como los anteriores también el asesinato de Lourdes Maldonado llama a hacer un alto. Ella había denunciado en 2019, en plena conferencia de prensa del presidente Andrés Manuel López Obrador, que temía por su vida. Mencionó que había emprendido un juicio laboral contra la empresa del ex gobernador morenista Jaime Bonilla, por lo que estaba bajo el mecanismo de protección. 

Insisto, estas historias no hacen que un periodista asesinado sea más importante que otro. Simplemente arrojan elementos que nos obligan a revisar lo que sucede en este país, donde no hay protección que alcance ni acceso a la justicia. Porque, además, cuando la muerte busca el silencio de un periodista, los afectados somos todos como sociedad. La impunidad nos afecta a todos y todos debemos decir no al silencio. 

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