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Quiero decirte una cosa…

A mí me van a perdonar, pero tapatío que se respete sabe que en esta ciudad las calles sí suben y bajan, a pesar de que algún ojo foráneo o recién llegado nos eche en cara que es mentira y que apenas es perceptible la inclinación, jamás comparada con otras que, evidentemente, sí suben y bajan, como las de Taxco, Guanajuato, Zacatecas o cualquier ciudad incrustada entre los cerros, y no en una planicie con un subsuelo lleno de agua, como aquí. 

Tapatío que se respete sabe, por el contexto y casi tatuado en los genes y la herencia, diferenciar de qué se habla cuando alguien, otro tapatío por supuesto, dice la palabra lonche; porque no es lo mismo cuando nos referimos a nuestro almuerzo del recreo en la primaria o la colación que llevamos para media jornada laboral que cuando hablamos de nuestro lonche, ese bolillo hermoso del día, relleno con un sinfín de manjares: frijoles refritos con queso, jamón con crema y jalapeños, huevo con jamón o pierna deshebrada y adobada, con jitomate y lechuga. Así que, sí, un tapatío siempre podrá llevar a su trabajo un lonche de lonche. 

Y si seguimos por esa línea, tapatío que se respete sabe que las tortas son dos: ahogadas y… ya. No existe otro tipo. Y deben ser con bolillo salado, tan crujiente y resistente, perfecto para meterlo en su respectiva salsa, con cebollita y limón, y que aguante casi íntegro todo el tiempo que tardamos en comerlo. Las otras tortas son las tipo chilango, con su pan delgadito y de canales, su telera, que claro que no tendría modo de aguantar la tapatía manía de ahogar o echar en caldo casi todo lo que podamos. 

Tapatío que se respete sabe al menos un par de datos sueltos respecto a esta ciudad, como que el Mercado San Juan de Dios se llama Libertad y que es el mercado techado más grande de América Latina; que el Mercado Corona se quemó de gravedad dos veces en su historia: en 1910, pero las paredes resistieron, y en 2014, cuando se dio paso a la caja de zapatos (mi abuelita dixit) que ahora ocupa ese mismo espacio en el Centro; que la salsa Valentina, la salsa Tamazula y la salsa Costa Brava son hermanas (y muy tapatías), que Guadalajara se fundó antes que aquí en tres sitios diferentes o que la canción Guadalajara, Guadalajara, de Pepe Guízar, ha sido interpretada por un montón de cantantes incluso en versiones tan extrañas como las de Elvis Presley o Nat King Cole. 

Porque tapatío que se respete sabe que el tequila bueno se toma a besos, y que los tragos al modo arriba, abajo al centro y pa’dentro son para tequilas baratos o para engañar a algún extranjero incauto a quien le hacemos creer que al día siguiente no tendrá cruda, pero a quien le damos el remedio, porque no hay resaca que no cure una torta ahogada, un menudo, una carne en su jugo bien picosita, unos tacos de barbacoa o una birria de Jocotepec con tortillas recién hechas. 

Y que la calzada Independencia antes era un río, el San Juan de Dios, y que la ciudad se dividió en clases de uno y del otro lado de su cauce, idea que aún persiste en el imaginario de los muy tapatíos. 

Porque si un tapatío quiere demostrar su guadalajarez basta que nombre cuáles calles y avenidas se inundan en modo infranqueable cuando diluvia, sabe las rutas por las que puede evadir las aguas crecidas o conoce la técnica para aprovechar el paso que abre un camión de transporte público delante suyo, cual Moisés moderno. 

Por las jericallas y el trolebús que daba toques apenas caían las primeras gotas de lluvia; por las escamochas, los biónicos y las donitas grasosas; por el cine del castillito, sólo para niños; por el Roxy y la antrera Ruta Vallarta; por los mazapanes De la Rosa y los jochos de Rectoría; por el Atlas, las Chivas y los Leones Negros; por La Minerva, la barranca de Huentitán y el Degollado; la Biblioteca Iberoamericana, el Estadio Jalisco y la Joseluisa. 

480 años. 

Tapatíos. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I