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Besar a la democracia

Así como el beso enchilosito de un amor antiguo tiene la capacidad de renovarlo a uno, así tendríamos que besar por primera vez a la democracia para que nos encienda por dentro como sociedad y empecemos a movernos. 

Tengo la teoría de que México nunca ha sido un país democrático. Todo el asunto de la revuelta aquella que se conoce como Revolución mexicana partió de tres décadas de una dictadura que hacían apremiante el sufragio efectivo. En aquel momento había una oligarquía aristocrática y ninguna representación verdadera del pueblo. La guerra de Revolución subvirtió ese orden por una bola de caudillos que se peleaban entre sí. 

Fue hasta la década de 1930 cuando se llegó a cierta estabilidad política con la instauración de un partido de Estado sin competencia real de otros partidos y creó otra oligarquía que se fue sucediendo a sí misma durante el resto del siglo. El partido cambió de intereses y de formas, pasando de un estado paternalista a una forma de hacer negocios y de forjar relaciones con el poder económico a través de una liberalización económica que se fraguó durante 30 años y que, para legitimarse, vendió la idea de una democracia consolidada en el voto y en una alternancia del partido político en el poder. 

Y una democracia directa podría basarse en el voto. Pero con más de 100 millones de habitantes, definitivamente las elecciones no servían para tomar decisiones cotidianas. No habíamos entendido que no bastaba con decidir a quién poner al frente del gobierno, sino que había que crear mecanismos para que la sociedad participara activamente en la toma de decisiones y en la vigilancia de la actuación de los gobernantes y de todos los funcionarios públicos y, por ende, no entendíamos que tenía que ser una democracia acorde a nuestras necesidades. Y parece que todavía no terminamos de entender. 

No es que yo sea un entusiasta de la democracia. Tampoco es que haya muchas alternativas mejores o más viables. Estudié relaciones internacionales porque quería entender cómo funcionaba el mundo y cómo podía participar para cambiarlo. A lo largo de la carrera me decepcioné de la política, de la clase política, de los políticos y de los partidos políticos, y decidí que mi mejor aportación a la democracia podía ser desde el periodismo, hablando cotidianamente de lo que ocurre en nuestra sociedad para propiciar una discusión que llevara eventualmente a construir los cambios necesarios. 

Y estamos en un momento privilegiado de flujo de información que nunca antes había sido posible para propiciar la discusión democrática, pero no hay una participación activa más que de algunos sectores de la sociedad. Así, la clase política se sigue aprovechando de ello. 

La semana pasada soñé que había una sublevación en todo México, había un paro de actividades de todas las personas en protesta por lo inútiles que resultaban las instituciones y sus líderes para solucionar los graves problemas de inseguridad, de salud, de miseria y de crisis ambiental que vivimos. Era algo mucho más profundo que una Primavera Árabe. No era un movimiento violento, sino una protesta activa, una pausa para hacer un cambio verdadero. 

Un personaje en el sueño, una especie de profeta vestido de homeless, algo así como un Diógenes a la mexicana, decía que el momento había llegado de besar a la democracia como ese beso a un amor antiguo, un beso rebosante de deseo jamás culminado. Decía que era como una explosión de toronja en la boca y un calor enchiloso en todo el cuerpo. Con tanta información como hay ahora y un clamor social tan generalizado, de veras no sé qué nos falta para llegar a ese beso. 

Twitter: @levario_j

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