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Perdimos el territorio

Hay hechos de violencia que marcan cambios. No es que sean más importantes que otros. Lo que sucede es que sus características los convierten en más cercanos y mueven a la empatía, esa difícil acción de ponernos en los zapatos del otro. 

La desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa se convirtió en un parteaguas en la desaparición de personas, por ejemplo. Y no es que antes no hubiera desaparecidos, sino que el número, la condición de estudiantes y la participación clara de corporaciones de seguridad nos mostró que no era un problema entre quienes están vinculados al crimen organizado, sino que puede suceder a cualquiera de nosotros. 

En Jalisco, las primeras movilizaciones importantes sobre desapariciones fueron por la desaparición de los estudiantes de cine Salomón, Marcos y Daniel, también bajo el mismo principio: darnos cuenta de que para desaparecer no es necesario “andar en algo”. 

Algo similar sucede con el feminicidio de Debahni Escobar. Si atendemos a publicaciones en redes sociales y conversaciones en nuestros círculos inmediatos, lo que deja este caso es la conciencia de que las mujeres perdimos el territorio, que no hay un lugar para estar seguras y que es mentira que podemos ser libres. La reflexión es dura, pero muy real. 

El movimiento feminista en el mundo, desde los diferentes espacios y perspectivas, se ha convertido en el más fuerte y numeroso. Verlo como una muestra de poder colectivo es importante, pero desafortunadamente no podemos perder de vista que está basado en las historias individuales, directas o por solidaridad con otras mujeres cercanas, de violencias. Las voces que se alzan, por ejemplo, en las marchas del 8 de marzo, hablan de historias de desigualdad, acoso, violencia sexual, desapariciones y feminicidios. La cantidad de historias es abrumadora. 

Desde hace unos días, circula en chats de Whatsapp un audio en el que se advierte que desaparecerán mujeres en la Zona Metropolitana de Guadalajara y que, por lo pronto, es mejor que no salgan a determinadas horas. Recibí de muchas personas el audio, con la pregunta de si era verdad. La experiencia nos dice que esos audios son normalmente falsos, así respondí, pero también pedí a quienes me preguntaron que no se descuiden y que siempre compartan su ubicación con alguien. 

Porque también en los últimos días he recibido solicitudes de apoyo de una joven que es acosada por un compañero de su escuela que aparece repentinamente en diferentes lugares a los que ella va, incluida su casa; de una mujer que iba a una estética y había platicado con quien la atendía que era víctima de violencia en su casa y de pronto ya no responde mensajes ni llamadas. 

Amigos y familiares, a quienes he recomendado que usen aplicaciones de ubicación en tiempo real de sus hijas y que normalmente me habían juzgado como obsesiva, ahora llaman para pedir recomendaciones. Una compañera de trabajo que alterna la bicicleta con transporte público para llegar segura muy temprano nos relata de manera frecuente el acoso del que es víctima. 

Si juntamos todas las historias de acoso y violencia de las mujeres que conocemos, solo podemos concluir que perdimos el territorio. Estas historias nos hacen entender que es mentira que podemos ir al lugar que queramos, vestirnos como nos plazca o ejercer nuestro derecho al espacio. 

Porque el problema con la violencia de género, a diferencia de la crisis de violencia que vive el país, es que no solo está relacionada con la delincuencia, sino que incluso se ejerce en espacios que presuntamente tendrían que ser seguros. 

Por eso el caso de Debahni Escobar se volvió representativo, porque muestra cómo una mujer no tiene territorio para estar segura. 

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jl/I