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Intransigencia hacia las personas adictas

Suele decirse que las drogas matan. En general, se refieren a una decadencia física progresiva por el consumo reiterado de sustancias, un problema de adicciones que aqueja la salud de nuestra sociedad debido, en parte, a que las políticas públicas se han enfocado en perseguir la venta y producción de drogas, en vez de preocuparse por el tratamiento de las personas que padecen esa enfermedad. 

Pero también hay casos de muerte súbita por exceso de sustancias. La semana pasada murieron dos personas por intoxicación por consumo de cocaína en Zapopan. Fueron cinco personas quienes se dieron una sobredosis del alcaloide, pero tres de ellas lograron sobrevivir. En ese caso, se dio a conocer que las personas habían estado en un funeral en Compostela, Nayarit, donde empezaron la juerga y la siguieron al llegar a casa de uno de ellos en la colonia Jardines Tapatíos. 

¿Qué llevó a esos cinco hombres a meterse tal cantidad de droga que terminó con dos de sus vidas y puso en riesgo las de otros de ellos? ¿Era la pena tan grande que recurrieron a una sustancia para sobrellevar el duelo? ¿Cómo fue que tuvieron acceso a tal volumen de estupefacientes que alcanzó para producir severos daños a su salud? ¿Su desconocimiento de los efectos de ese psicoactivo fue determinante para que no dimensionaran los riesgos de consumir dosis excesivas? 

Esa situación nos habla de una serie de problemas que la prolongada “guerra contra el narco” no podrá resolver ni mitigar. Ni siquiera si tuviera un éxito relativo lo lograría. Pero su fracaso ha permitido que crezca un mercado negro altamente redituable dentro de nuestro país, que antes era un mero exportador de drogas y se ha convertido en un gran consumidor en los últimos 15 o 20 años. 

La persecución penal de toda la cadena de producción, traslado y venta de drogas no es suficiente para atender a quienes padecen de las adicciones. La tragedia de la semana pasada es signo de una ignorancia de la población acerca de qué son y cómo funcionan las drogas. El alcohol también es una droga, aunque legal, y que de la misma manera estuvo implicada en la funesta reunión. Las víctimas de esa situación ignoraron, voluntaria o inconscientemente, la peligrosa interacción de las sustancias en su organismo. 

La educación pública no se ha preocupado por ofrecer a los estudiantes una preparación adecuada para entender lo que son las drogas y todo lo que implica su uso, más allá de satanizar su consumo y estigmatizar a los consumidores. No se trata de promover el uso de drogas, sino de que desde la niñez las personas entiendan ese fenómeno con fundamentos científicos, más que morales. Porque la moral conservadora de gran parte de la sociedad está involucrada desde el prejuicio y no desde la empatía, la misericordia. 

Uno de mis hermanos padece de adicción a las drogas y no hay instituciones que se puedan encargar de él. Su problema se ha agravado por otros padecimientos psiquiátricos que en él complican todavía más su salud mental con el consumo de estupefacientes, a tal grado de que su capacidad cognitiva se deterioró. Con un tratamiento continuo, se ha mantenido lúcido y podría mejorar si hubiera programas dedicados a atenderlo. Pero no los hay. Si ha dejado de consumir drogas es porque vive en una clínica de rehabilitación donde nos han ayudado a darle un tratamiento básico, pero esa institución tiene sus limitaciones para atender un caso tan complejo como el suyo. 

A mi padre le avergonzaba mi hermano. Lo consideraba un drogadicto y trataba de mantener en secreto su situación. Mi padre era la manifestación de una moral intransigente que debe cambiar. 

Twitter: @levario_j

jl/I