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Amor invencible

Este 10 de mayo miles de madres no tendrán un motivo para celebrar. Ante la desaparición de sus hijos o hijas, tomarán las calles para exigir su presentación con vida. En México, desde 2012 cada 10 de mayo se organiza la Marcha de la Dignidad Nacional: Madres Buscando a sus Hijos e Hijas, Verdad y Justicia, donde madres y familiares de personas desaparecidas de todo el país y Centroamérica dejan en evidencia que la problemática de desaparición no es sólo una estadística, sino que en realidad son historias de angustia y dolor.

En Latinoamérica las mujeres han tenido un rol protagónico en la labor de búsqueda, destacando, por ejemplo, la experiencia de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina. De acuerdo con el informe Nosotras Buscamos de Por Amor a Ellxs, la mayoría de las personas que han contactado al colectivo para emprender acciones de búsqueda han sido mujeres, considerando las hermanas, amigas, tías, sobrinas y madres de personas desaparecidas. Asimismo, la participación de mujeres en colectivos de búsqueda en México se estima que es de más de 90 por ciento.

Conforme a los datos de la Fiscalía Especial en Personas Desaparecidas y la Comisión de Búsqueda de Personas de Jalisco analizados por el Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo, 2 mil 937 personas que han denunciado ante ambas instituciones estatales fueron madres, lo que constituye aproximadamente 26 por ciento de todas las relaciones de parentesco o vínculo registradas.

En el imaginario social, la búsqueda ha sido representada con la figura de una madre. La desaparición de una persona impacta de manera diferenciada a hombres y mujeres debido a los estereotipos y roles de género impuestos. Las mujeres y particularmente las madres han asumido los roles de cuidadoras y, ante la desaparición de un hijo o una hija, sus acciones de búsqueda han constituido una forma de mantener el cuidado, ya que de las mismas y del tamaño del sacrificio realizado depende si regresarán sanas y salvas a casa. Además, como la mayoría de las personas desaparecidas son hombres, las mujeres, aun estando expuestas ante distintas expresiones de violencia, tratan de protegerlos. A esto se suma el rol de la madre, quien dio origen a la vida y la relación que se genera desde el embarazo y el parto, por lo que el impulso de la búsqueda surge de la maternidad y el amor incondicional.

En la búsqueda, las mujeres han puesto su cuerpo para ocupar los espacios públicos usualmente acaparados por los hombres, donde sus actividades ya no quedan invisibilizadas, aunque en muchas ocasiones por ello se enfrentan a la estigmatización, discriminación y violencia institucional.

En su camino marcado por la ausencia se han convertido en abogadas, expertas forenses, comunicadoras o psicólogas, volviéndose sujetas políticas, heroínas, que desde su resiliencia con picos y palas se hacen cargo de las responsabilidades difuminadas del Estado, demostrando que la voluntad política no existe. Este rol activo no fue esperado y ha transformado sus proyectos personales y, frente a los contextos de adversidad e impactos generados, canalizan su sufrimiento en dedicar sus vidas para encontrar no sólo a sus familiares, sino a todas las personas desaparecidas, y para que a nadie más le suceda lo mismo. Apostando por la vida de sus seres queridos, se dicen muertas en vida, y muchas han muerto sin volver a verlos.

El 10 de mayo simboliza la lucha de las madres, pero nos recuerda también que es una lucha de todas y todos. Sus heridas, aunque parecen distantes, son heridas sociales que requieren acciones de construcción colectiva para contrarrestar la narrativa oficial sobre la violencia normalizada que abona al olvido y el silencio. Nos toca aprender de ellas y tejer colectividad para que el testimonio de su dolor pueda recobrar un nuevo significado y ser una herramienta de acción ante una realidad con el rostro y corazón rotos de una madre.

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