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El compromiso de AMLO

La Caravana de la Dignidad y la Conciencia Wixárika de la que hablé en mi colaboración anterior cumplió su objetivo. Su larga y agotadora caminata de 34 días y de alrededor de 900 kilómetros valió la pena. Envueltos en una ritualidad propia de su cultura llegaron al Zócalo de la Ciudad de México y su representante se apersonó ante la puerta gigante de Palacio Nacional y, de manera inusitada, con los nudillos de sus manos tocó pidiendo que le abriera el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). No sucedió de inmediato, pero, finalmente, este los recibió y se comprometió a resolver el largo conflicto que tienen con los ganaderos mestizos que les han invadido y despojado de alrededor de 11 mil hectáreas de tierra.

En realidad, de acuerdo con su entendimiento o cosmovisión no se trata de tierra como nosotros, en las ciudades, solemos entender. Para ellos es territorio, cultura, lugares sagrados, centros ceremoniales. En su propia lengua es Ta Tei Yurienaka, nuestra Madre Tierra. Entonces no es solo suelo, no es solo tierra. Mucho menos es tierra o naturaleza cosificada, mercantilizada. Para ellos es mucho más que eso: es vida. Es lo que les permite seguir siendo pueblo y cultura. Como digo, son cuestiones que, en las ciudades, por el grado de colonización occidental como nos han formado, no alcanzamos a entender y tampoco hacemos mayores esfuerzos para entender y establecer de otra manera nuestra relación con la tierra, con la naturaleza, con la Madre Tierra.

En general, el compromiso asumido por el presidente ha sido visto con beneplácito sobre todo porque seguimos estando en un contexto donde lo que abunda son malas noticias en torno a las demandas y necesidades sociales populares.

Cuando los gobernantes hacen este tipo de compromisos es imposible no recordar la larga zaga de traiciones que en la historia política de México los gobernantes han hecho a diversos movimientos. De hecho, se puede afirmar que la traición es uno de los dispositivos sistemáticos de la forma de hacer política del Estado mexicano y sus gobiernos. El ejemplo más reciente es la que cometieron el presidente Ernesto Zedillo Ponce de León y todos los poderes contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) al no respetar los Acuerdos de San Andrés para decretar la Ley de Cultura y Derechos Indígenas. Ojalá que el gobierno actual pueda romper de plano con esta tradición y no la repita. Aunque de ser así, tampoco sería novedad alguna y con ella encima este pueblo originario seguiría caminando como lo ha venido haciendo hace siglos.

Destrabar este caso no será nada es fácil, en parte por el tiempo transcurrido sin atenderse debidamente, pero eso es responsabilidad del gobierno, aunque tampoco es que sea un problema imposible de resolver. Las comunidades wixárikas llevan décadas aportando pruebas y han hecho todo lo que les corresponde. Ahora, después del compromiso presidencial, toca al aparato jurídico-legal del Estado mexicano emplearse a fondo, así como a sus negociadores para hacer entender a los invasores que nunca han tenido la razón; que lo que hicieron hace décadas es un delito y que deben regresar la tierra a sus dueños originales.

En fin, el gobierno de López Obrador tiene, pues, un enorme reto porque los ganaderos invasores no parecen muy dispuestos a abandonar la tierra de la que ilegalmente se apropiaron.

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jl/I