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Los museos de Zapopan

Hay que tener presente que, para escribir un libro, se requiere tener algo interesante que decir. Asimismo, para hacer un museo debe disponerse de algo que valga la pena enseñar.

No obstante que ello constituye un aserto indiscutible, en la población de Zapopan no parece haberse entendido así.

Es en verdad lamentable que la historia de los museos en un municipio con tantas cualidades como éste resulte más bien patética.

Además de que, con tantos habitantes como tiene, resulta muy significativo que no haya todavía museo de verdad alguno; es el caso de que sus autoridades no parecen haber aprendido con sus descalabros mayor cosa al respecto.

Frente a lo que fue la Escuela Roosevelt y luego la presidencia municipal, con una arquitectura que más bien parece de taller mecánico, está el llamado MAZ: Museo de Arte de Zapopan, que no es otra cosa que una simple sala de exposiciones bastante defectuosa. Para colmo, su erección hizo pinole el conjunto de una calle y una plaza cuya armonía resultaba agradable.

Se la debemos a un arquitecto de apellido Toussaint y al gobierno panista del médico y abogado Macedonio Tamez, antes de que éste chaqueteara y se pasara al emergente Movimiento Ciudadano.

Otro intento, menos nocivo, porque no se recurrió a la picota, fue el fallido intento de hacer un Museo de Historia de Zapopan. De momento no le faltó consistencia, pues contó con un crecido préstamo de buenas piezas del convento franciscano.

Lo que sucedió es que la atención oficial fue tan pobre que, al poco tiempo, los frailes fueron a recoger sus pertenencias. Tenían razón: el día que visité el dicho “museo” coincidí con uno de ellos, amigo mío, por cierto, y ambos constatamos que no había vigilancia alguna… mi amigo se llevó impunemente un rosario para mostrar al provincial lo insegura que resultaba la exposición.

Lo que sobrevivió ahí era patético. Quizá las piezas más llamativas fueran la bicicleta del Zapopan Ángel Romero, con la que ganó una vuelta al centro de la República, y la camiseta de una jugadora de voleibol de apellido Dueñas, que ganó la medalla de bronce en unos juegos centroamericanos.

Estarán de acuerdo en que su atractivo era nulo y el presidente municipal Chavira Martínez, contra la voluntad de los regidores panistas, cedió la instalación a El Colegio de Jalisco, que había tenido que abandonar su sede de Analco a causa de las explosiones del 22 de abril de 1992. Lo atinado de la decisión está a la vista.

Ahora, con bombo y platillo se anuncian nuevos museos en una enorme construcción muy céntrica. No sabemos qué van a exponer, quién lo va a dirigir y cómo se va a financiar, todo lo cual da lugar a la sospecha de que más bien se pretende “taparle el ojo al macho” y justificar una obra que repartirá muy buenos dividendos a cambio de ahogar el Centro Histórico de Zapopan, quitará la perspectiva que todavía se tiene de la Basílica desde la lontananza y aglomerará aún más una zona ya de por sí sobrecargada por una estación exorbitante de la Línea 3 del Tren Ligero.

Ojalá que me equivoque y pronto nos encontremos en Zapopan con dignos émulos del Museo Nacional de Antropología, del Museo del Prado, del Museo Picasso de la capital de Cataluña, o algo parecido, que nos llene de orgullo a todos los jaliscienses. No cabe duda de que la congestión valdrá la pena y la derrama sobre los zapopanos los convierta en verdaderos potentados de la cultura.

Sin embargo, el sigilo con que se actúa no permite sino ser pesimista y cunde el temor de que todo acabe en una mole de departamentos y de oficinas que sirva para, primordialmente, proporcionar pingües ganancias a quienes tienen ahora el mango del sartén muy bien asido y agobiar a los pobladores del vecindario.

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jl/I