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La guerra AMLO 'vs.' Alfaro

En mi entrega del 5 de marzo, titulada “Jalisco, entre AMLO y Alfaro”, escribí lo siguiente:

“¿Cómo le iría a Jalisco con López Obrador como presidente y Alfaro Ramírez como gobernador? (…) ¿Qué podemos esperar de la relación entre López Obrador y Alfaro Ramírez si ambos ganan su respectiva elección en julio? Y es que desde que rompieron luego de las elecciones de 2012, uno y otro no han desaprovechado la ocasión para descalificarse…”.

“López Obrador y Alfaro han intercambiado calificativos como corruptos, demagogos, soberbios, entre otros. De llegar ambos al poder, pregunto: ¿sabrán entenderse en beneficio de los jaliscienses o el hígado será el que guíe su actuación? Vayamos pensando también en ese escenario”.

Ahora, poco más de dos meses después, prácticamente Andrés Manuel da respuesta a estas interrogantes y quizás otras más que se han abierto conforme avanzan las campañas. Y es que ha sido precisamente en el transcurrir de éstas que López Obrador ha venido delineando que de ganar la Presidencia de la República –cosa que, por supuesto, no es seguro aún, no obstante lo que dicen las encuestas a las que ahora sí les cree– y Enrique Alfaro la gubernatura, difícilmente habrá una buena relación entre ellos.

Y en este sentido el sábado pasado el candidato presidencial fue bastante claro cuando encabezó un acto de campaña en Tlajomulco, tierra donde el alfarismo ha declarado que ahí nació su movimiento. Dijo que regresará como presidente electo, “junto al gobernador electo, Carlos Lomelí”. Y vino entonces de inmediato la respuesta a las preguntas planteadas aquel marzo anterior y recordadas líneas arriba. Afirmó:

“Sí. Porque con Enrique Alfaro no. Sería muy incómodo para mí. Miren: yo soy demócrata, soy respetuoso… pero toco madera”. Y confesó: “No me identifico con Alfaro… porque vale más hablar claro, no me gustan las medias tintas, mi pecho no es bodega, siempre digo lo que pienso…”.

Aquí está la postura de López Obrador para que luego no nos digamos engañados. Si bien esperamos que el presidente de la República y el gobernador del estado, llámense como se llamen, mantengan una relación institucional durante el sexenio de ambos, como creo que hasta el momento ha sucedido, sin lugar a dudas que iniciar un nuevo gobierno escuchando tambores de guerra entre quienes podrían llegar a ambos cargos no es el mejor augurio para quienes vivimos en Jalisco y quizás sean seis años de obstáculos, frenos, diferencias, resultado de un enfrentamiento político entre los gobernantes federal y estatal.

Seguramente habrá jaliscienses que vivieron épocas en las que el presidente de la República tuvo serias diferencias con el gobernador de Jalisco, con la salvedad de que ambos militaban en el mismo partido y el segundo prácticamente se sometía a la autoridad del primero sin oportunidad de patalear, conocedor de que si lo hacía era automáticamente relevado del cargo. La última vez que sucedió esto, con sus salvedades por las causas, fue Guillermo Cosío Vidaurri a raíz de las explosiones del 22 de abril en la calle Gante.

Sin embargo, de ser López y Alfaro los próximos gobernantes, difícilmente veremos una escena como ésa: el sometimiento del gobernador al presidente de la República, pero sí podemos atestiguar diferencias que podrían afectar el desarrollo de Jalisco, particularmente por lo que ya declaró el tabasqueño el sábado en Tlajomulco.

¿O será que Andrés Manuel y Enrique hagan a un lado sus serias discrepancias pasadas las elecciones para sostener una buena –no decimos excelente, por supuesto– relación con el respeto mutuo en beneficio de los jaliscienses?

Hay rasgos personales en ambos que me hacen dudar de que esto último sea posible, pero mejor esperemos a ver qué sucede de aquí al primero de julio.

ES TODO, nos leeremos ENTRE SEMANA.