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En las últimas décadas, Latinoamérica como región ha tenido un problema raíz común: una altísima desigualdad económica. En 2014, Oxfam calculó que el 10 por ciento más rico de la población en la región concentraba 71 por ciento del total de la riqueza; y aunque varios estudios indican que todos los países latinoamericanos han reducido gradualmente esta brecha… la región sigue siendo la más desigual del mundo.
Una de las consecuencias de tan alta desigualdad es que las élites tienen suficiente riqueza para mantener las reglas económicas a su favor con la complicidad de la esfera política, lo que fomenta la corrupción y bloquea la movilidad social.
Ante este fenómeno ha habido de forma muy simplificada dos tipos de respuestas de gobiernos democráticos en Latinoamérica. La primera es la de tratar de seguir las políticas recomendadas por el FMI o el Banco Mundial (a lo que generalmente se le llama el Consenso de Washington) y que han estado orientadas a la estabilidad macroeconómica, la liberalización comercial, la privatización y la desregulación. La segunda es la del “socialismo del siglo 21” que va en dirección contraria buscando el proteccionismo comercial, mayor regulación del Estado y el financiamiento de programas sociales con recursos controlados por el gobierno.
La realidad es que ninguno de los dos modelos ha funcionado para resolver el problema de raíz. Los que han seguido el primero han conseguido estabilidad macroeconómica, crecimiento y participación del comercio global, como los de la Alianza del Pacífico: México, Colombia, Perú y Chile; pero la brecha persistente ha creado sociedades polarizadas e inestabilidad política.
Entre los que han seguido el segundo modelo hay dos tipos. Están los reformistas más moderados como Lula que trató de conciliar su transformación social con los intereses de las élites… y terminó siendo tumbado por los escándalos de corrupción generados por éstas. Por otro lado, están los populistas ideológicos que con la excusa de la transformación social han dado giros claramente autoritarios como es el caso del chavismo, del kirchnerismo, de Evo Morales y de Correa. El problema de estos últimos es que instauran modelos de financiamiento de programas sociales que, aunque generen beneficios a corto plazo, no son sostenibles a largo plazo y pueden terminar haciendo mucho daño al país como es el caso de Venezuela.
Este fracaso de modelos está generando frustración en los ciudadanos latinoamericanos. Los brasileños se cansaron del lulismo y dieron un giro agresivo a la derecha con Bolsonaro. Los chilenos se cansaron del pimponeo entre el centro-izquierda de Bachelet y el centro-derecha de Piñera. Los argentinos no tuvieron paciencia con Macri y volvieron al kirchnerismo. Los peruanos están en una crisis constitucional por el enfrentamiento entre Ejecutivo y Legislativo. Los colombianos se están cansando del uribismo. Los venezolanos están tratando de resurgir entre los últimos estertores del chavismo.
Los bolivianos que, hay que decirlo, tuvieron avances importantes en crecimiento económico con Evo Morales… no estuvieron dispuestos a que esto fuera a costa de su democracia.
Hoy Evo Morales está en México… un país que después de cinco sexenios entre Salinas y Peña probando con el primer modelo, decidió tardíamente experimentar con el modelo del socialismo del siglo 21… que aquí conocemos como la 4T.
Ni modo, ya estamos subidos en ese tren… el de Chávez, Kirchner y Morales. El problema no es que ya sepamos que ese tren no lleva a terminar con la desigualdad… el problema es que no tenemos alternativas. ¡Ningún modelo que se haya probado hasta ahora en Latinoamérica funciona!
Necesitamos ideas frescas para reducir la desigualdad que es el verdadero problema raíz de nuestras sociedades. Quizás explorar las ideas del economista Thomas Piketty sobre impuestos a los superricos que ahora mismo la precandidata demócrata Elizabeth Warren propone como parte de su campaña en Estados Unidos. Habrá que acompañar eso de un modelo de distribución de riqueza sostenible a largo plazo que potencie la educación y la innovación. El reto es que esas ideas necesitan líderes y plataformas políticas que las impulsen… ¿quién se anima?
@ortegarance
jl/i