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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
La calle Penitenciaría, que corre casi paralela a la avenida Federalismo, encierra historias urbanas y simbologías de Guadalajara. Justo donde concluye, en la calle López Cotilla, está el parque Revolución o parque Rojo. Ahí se alzó parte del ex Convento del Carmen y luego la tétrica penal de Escobedo, que empezó a construirse en 1844 y fue demolida en 1933.
La penal de Escobedo, llamada así porque su construcción empezó durante el periodo del gobernador Antonio Escobedo, abarcaba la calle Puebla, Pedro Moreno, López Cotilla y hasta la avenida Enrique Díaz de León. Contaba con un jardín y un panteón, donde se fusiló a los condenados a la pena capital.
En la penitenciaría de Escobedo estuvo preso en 1920 el periodista tapatío Francisco Rangel Ramírez, director del bisemanario Verbo Libre, que era crítico de las autoridades, entre ellas el general Álvaro Obregón. De ahí lo sacaron militares para asesinarlo el 16 de abril de ese año. Su madre, familia y colegas se manifestaron frente a las instalaciones carcelarias para exigir justicia. El crimen quedó impune.
El mismo espacio urbano en que hace un siglo familias esperaban conocer la suerte de los presos y los fusilados, y del periodista victimado, continúa como un sitio de protesta. En los últimos años, por ejemplo, se han instalado desde grupos feministas hasta familias con desaparecidos y las bordadoras por la paz. La memoria histórica subjetiva, aún sin investigarse y narrarse, permanece en el parque.
El asesinato de Rangel Ramírez es otro ejemplo de los “relatos silenciados”, como los llama la historiadora Almendra Cristal Orozco Barranco en su ensayo La desaparición y la manifestación como experiencias urbanas modernas. Es el caso del periodista tapatío Francisco Rangel en la Guadalajara de 1920. Invitado por el Centro de Formación en Periodismo Digital de la UdeG y Amedi Jalisco, compartí hace un par de meses, durante una charla virtual con Bernardo Masini, algunas reflexiones del interesante trabajo académico.
El crimen de 1920 es uno de los olvidados. Se suma a las numerosas y continuas agresiones hacia la prensa en Jalisco y el país desde el México independiente. Hay un hilo conductor que las vertebra: acallar voces críticas a las cúpulas gobernantes. Tan solo el año pasado fueron asesinados en México siete periodistas, según Artículo 19. De 2000 a 2021 van 145 asesinados. La nación es la más peligrosa en el mundo para ejercer el periodismo crítico. La prensa que cuestiona siempre será incómoda. El patrón de los ataques es la impunidad, antes y ahora, en casi todos los casos, incluidas las desapariciones.
Al periodista Francisco Rangel lo condujeron a la cárcel de Escobedo en cinco ocasiones. El hecho pareciera de un pasado lejano, pero se replica en el presente. El hostigamiento prosigue. Incluye demandas civiles, descalificación pública, ataques promocionados en redes sociales, agresiones físicas, intimidaciones telefónicas, etcétera. Se trata de expresiones de un Estado autoritario, que ejecuta los ataques, los avala, no los resuelve, no los previene. Al contrario, crea el clima que los favorece.
Las administraciones estatales o federales cuentan los desaparecidos y muertos a partir del inicio de su periodo. Si bien eso ayuda a delimitar los casos, también condena al olvido las agresiones que ocurrieron con anterioridad. Las va relegando. Reciben trato de víctimas de segunda. Es un manejo político de los datos y los casos: irlos olvidando y taparlos con la impunidad. Sin ser el único, el asesinato de Francisco Rangel es un buen ejemplo, como sigue ocurriendo con docenas de crímenes en otras entidades. Matando periodistas no se matan los hechos.
Twitter: @SergioRenedDios
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