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De monstruos que crean las sociedades

Cuando escuché al experimentado médico forense se arremolinaron en mi mente numerosas escenas, noticias, testimonios, sensaciones. Me compartió sus conclusiones, mientras caminábamos asoleados. Hombre con décadas acompañando a la muerte y a los muertos, a víctimas que es necesario abrirles su frío cuerpo para rastrear huellas de la posible causa de su partida, clavó la mirada en el piso. Volteó a verme y repitió convencido, pero midiendo las palabras:

–En el círculo en que me muevo, con psiquiatras y forenses, hemos visto que un pederasta siempre será un pederasta.

–¿No se pueden recuperar?

–No. Lo he visto. No.

–¿Para el resto de su vida?

–Sí. Son un peligro permanente.

Médico que pasó por diferentes fiscalías, procuradurías, departamentos forenses, entre policías, militares, cadáveres, caminante que disipa sombras del horror, detuvo su marcha y continuó:

–Vuelven a delinquir.

Pensé en ese momento en Marcial Maciel. Un pederasta mexicano prototipo del delincuente sexual, revestido de moralina. Pensé en las noticias de miles de abusadores de niños y niñas, de adolescentes, en Jalisco, el resto del país. En cualquier lugar del mundo.

–Cuando veo a un religioso, me pongo furioso. He visto lo que han hecho con inocentes.

Lo comprobé sin saberlo, cuando al ingresar a un viejo templo apareció en la puerta un religioso. El médico lo vio y, en lugar de caminar de frente por el pasillo central y toparse al hombre con su hábito, giró hacia su izquierda, rápidamente. Caminó aprisa hasta el altar. Se hincó, alzó los brazos y empezó a rezar. Me desconcertó.

–Ninguno de los tratamientos que conozco los recupera. No se recuperan.

Lo escuché. Seguimos caminando.

–Pero no son los únicos. Pasa lo mismo con los asesinos, con los sicarios.

Pensé en cuántos cientos de miles de crímenes han sido cometidos por gente armada, que sin piedad, sin compasión, sin ningún escrúpulo, acribillan, torturan, descuartizan a quien sea. Pensé que el país es una enorme carnicería, en la que los homicidas, según les convenga y les ordenen, exhiben o esconden los restos de sus víctimas. Un cártel es igual a una carnicería. Una célula criminal es una carnicería que alimenta de dolor, sangre y horror a familias. La Llorona no es una leyenda: encarna en decenas de miles de madres que lloran a sus hijos e hijas, maridos y hermanos desaparecidos o asesinados.

–Cuando matan a dos o tres personas ya no es fácil que se detengan. Ya no los paras. Se les hace fácil matar a más, los que sean, a quien sea.

Sus comentarios me sacudieron. No supe qué decir. Es claro que no funcionan los llamados a que respeten la ley, que se apiaden de los prójimos, que se conduzcan por el buen camino, que el infierno los espera en otra vida, que la cárcel tiene las puertas abiertas para ellos y ellas, que piensen en sus hijos y padres, que oremos por los criminales, que… No, nada de eso los conmueve ni cambia.

Me sacó de las cavilaciones con otra reflexión sumergida en agua helada:

–A los pederastas y a los asesinos, a los sicarios, o los matas o los metes a la cárcel. No hay de otra.

Me hundí. No repliqué. Ni siquiera balbuceé algo. Mis pensamientos sobre el respeto a los derechos humanos y la necesaria educación humanitaria, los valores, la salida de las sombras internas, la paz como camino, los monstruos que crea la sociedad, mis dudas, quisieron salir de mi garganta. Se me atoraron. El estómago se me revolvió. Percibí un escalofrío en la columna. El médico volteó a verme. El sol nos achicharraba. Seguimos caminando.

 

Twitter: @SergioRenedDios

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