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Ingenuos
El abogado de Ovidio
La temporada de las fiestas de fin de año trae, generalmente, muy gratos recuerdos para la mayoría de las personas. Son eventos que, aun teniendo cosas en común en su esencia, en otros aspectos son diferentes para todos.
A lo largo del tiempo suceden cosas sorprendentes y agradables en las familias que luego se repiten y terminan convertidas en tradiciones que se adoptan y suceden cada año hasta que ya no hay nadie que les dé continuidad y entonces terminan.
Recuerdo a mi madre contando con regocijo un hecho que sucedió a principios de los años cuarenta del pasado siglo y que terminaría siendo una tradición.
Resulta que su familia, es decir, mis abuelos con mi mamá y dos de sus hermanas con sus respectivas familias, vivían en lo que ahora llamamos condominio horizontal (coto en Guadalajara), que se encuentra en los altos de la Cigarrera El Buen Tono y de la XEW en las calles de Ayuntamiento en el Centro de la CDMX.
Tenían la costumbre o tradición de ir por el lugar cantando villancicos de casa de una tía, a casa de la otra y de ahí a la de mis abuelos. En cada casa se recibían y abrían regalos, para finalmente sentarse a cenar todos.
Una Nochebuena, mi papá, que entonces era novio de mi mamá, aprovechó sus vínculos con el medio artístico y, coludido con ella, coló a escondidas a la casa a un actor, que se vistió ahí de Santa Claus y, teniendo como señal una estrofa de un villancico, comenzó a sonar una campana:
–Oyeron eso –preguntó mi mamá. Nadie escuchó nada, así que un momento después continuaron cantando, cuando, una vez más, sonó la campana, aunque más fuerte.
Se vieron unos a otros sin entender qué sucedía, cuando una bota negra pisó con fuerza el primer escalón de la escalera de arriba abajo, seguida de un bombacho pantalón rojo y, paso a paso, fue bajando el hombre aquel cargando una funda blanca de almohada a manera de costal con paquetes.
Mi abuelo, contaba mi mamá, fue caminando hacia atrás hasta que topó con un sillón y se dejó caer sentado con la boca abierta. No podía creer lo que sus ojos veían. Ante el asombro general, Santa llegó abajo, entregó el costal y volvió a subir con los pasos lentos de un hombre cansado. Al llegar arriba sólo dijo: “Santas y buenas noches tengan todos ustedes”, y se fue.
Aquella acción se convirtió en hábito cuando mis padres se casaron y se llevaron la costumbre a su casa, donde se reunía toda la familia de mi mamá cada Nochebuena a cenar y luego al recalentado en Navidad, y entonces terminó convertida en tradición.
El actor fue sustituido por algunos de mis primos mayores y, cuando ellos se casaron y eventualmente se ausentaron, yo mismo vestí aquel traje con la imponente máscara de cartón que ocultaba la identidad del portador.
Esas tradiciones hacen que las familias que las comparten construyan vínculos entrañables y duraderos. Deseo para todos muy felices fiestas y un nuevo año cargado de salud y prosperidad. Felicidades.
Así sea.
X: @benortegaruiz
jl/I