Ataviados con sus trajes regionales, habitantes del municipio indígena de Huixtán, en Chiapas, realizaron los rituales ancestrales para recibir a sus muertos, tradición que viven con respeto y devoción.
Entre flores de cempasúchil, velas encendidas y aromas de copal, las familias tzeltales honraron a sus difuntos como lo han hecho por generaciones, al preservar una de las tradiciones más profundas del mundo maya.
Desde las primeras horas del día, mujeres vestidas con sus atuendos tradicionales acuden a los camposantos junto a sus familias para limpiar las tumbas, colocar altares y encender las velas que, según la creencia, guían a las almas de regreso a casa.
A pesar de los cambios culturales y religiosos que trajo el siglo 21, la esencia espiritual del rito se mantiene intacta: honrar a los antepasados y mantener el vínculo con lo no visible. Las tumbas se convierten en espacios de encuentro donde lo terrenal y lo sagrado se funden en una comunión de fe, color y memoria.
El maestro Waldo Martí Pérez Bautista, originario de Huixtán, explica que esta fecha representa una conexión con sus raíces y con la memoria de su familia. “Aquí mi abuelita está enterrada, mi madre también, y venimos a saludarlas como es la costumbre”, afirma mientras acomoda flores en una tumba.
Pérez Bautista agrega que Huixtán, cuyo nombre significa lugar de las espinas o tierra de los hombres verdaderos, fue colonizado hacia 1530, poco después de la fundación de San Cristóbal de Las Casas, y que conserva una fuerte identidad indígena marcada por el sincretismo religioso.
Según el docente, la celebración combina elementos prehispánicos y católicos.
“El cempasúchil guía a las almas con su color y su olor; representa el sol que les muestra el camino de regreso”.
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