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La noche en la Calzada

David suda. Se enjuga la frente con una servilleta.

Elegimos la mejor mesa: desde aquí observamos a todos y nuestras espaldas quedan protegidas. En este lugar se debe andar con cuidado. La violencia puede aflorar en cualquier instante. Hay una multitud en las pistas de baile: cerca de nosotros está la gente más pacífica, pero más allá bailan los bravos, los caras de matones. Son violentos y vienen todas las noches a bailar y a buscar riña. Es su vida, la pueden perder en un instante.

Para ir a los baños se cruza el largo salón. Hay un cerrado camino y uno tiene que palmear las espaldas y pedir permiso. Si uno es cordial, la vida está abrigada.

Vengo de orinar y una dama me ofrece sus servicios. La llevo a la mesa y el mesero exige el consumo. Pedimos una cubeta de cervezas. Está en la mesa de inmediato. El servicio es eficaz. Veloz como la dama que nos acompaña. Bebe sin parar. Aduce “el calor me abruma”. Es una verdad. Cientos de cuerpos se mueven sin parar. Es un tumulto. Son humores diversos. Y el sudor es una brisa caliente. Resulta una fortuna nuestra mesa, entra el suave viento de la noche.

La mujer bebe sin parar. No habla. Se embelesa en consumir las cervezas. En poco tiempo la dotación se ha terminado.

La dama habla, pero su voz es pastosa. Es el resultado de su apresuramiento. Nos exigen un nuevo consumo y el pago por la compañía. Es un fastidio la mujer. No baila. No habla. Bebe.

El tiempo se cumple ordinariamente.

Cruzo el salón.

Son cuerpos compactos los que toco. Huelo su sudor. Bailan al centro del salón. Lo cruzo transversalmente. Desde los amplios ventanales se mira la noche en la Calzada. Los ojos bajan hasta encontrar los autos. Se distinguen diminutos cuerpos que se ofrecen. Un hombre corre. Lo persiguen dos sombras. Tropieza el hombre con los autos y en seguida las sombras lo alcanzan. Lo tiran al piso y lo patean.

Los golpes, desde esta altura, se miran en una cámara lenta que no alarma. Lo golpean. Lo arrastran. Vuelan los pies y se detienen afianzados en el cuerpo. Se estrellan en el rostro. La sangre, que es imaginaria desde aquí, brota y se derrama en la banqueta. Corre como un río invisible. Luego una sombra hace brillar la daga. La hunde en las carnes. Alumbran las luces de las patrullas. Las sombras huyen, se pierden de mi vista.

Desaparecen.

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I