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Croacia

Según la Organización de las Naciones Unidas, en el mundo sólo hay 195 países, incluyendo al Vaticano y a Palestina.

Según la Federación Internacional de Futbol, el mundo tiene 211 países incluyendo Palestina y sin contar al Vaticano (aunque suene divertida la posibilidad de una selección hecha de curas).

Este dato tan simple señala que bajo la lupa de este deporte, el mundo es más grande que desde la perspectiva política.

Parte de este carácter incluyente del futbol se debe a su popularidad global. Es, como escribe el británico John Carlin en su libro La tribu, el gran tema de conversación mundial. Pongamos que si fuera bebida, el futbol sería la cerveza que entra a todas las fiestas de todos los niveles sociales.

A su vez, su fama se debe a que la mayoría nos identificamos con él. Primero, porque es democrático: aquí puede ganar cualquiera si se juega en equipo, y no sólo el alto, fuerte o rápido, y esa igualdad con sus posibilidades es el relato eterno de David y Goliath.

Nos identificamos también porque como en la vida, el futbol puede ser injusto y romper corazones, como se explica en el libro Fiebre en las gradas de Nick Hornby.

Hay otros elementos que dan popularidad al futbol, que también tienen otros deportes. Son aspectos como la redención, la humildad o la venganza.

Croacia, que disputa la final de la Copa del Mundo este domingo contra Francia, tiene en su selección a cuatro de los 11 jugadores del mundial que fueron refugiados debido a conflictos en Europa. Además de que sus historias personales son dramáticas, Francia ya eliminó a este país en la semifinal del Mundial de 1998.

La historia ha dado a Croacia la oportunidad de vengar todo eso. Sobre todo las guerras y la condición de refugiados y de migrantes. Y esa oportunidad viene con un equipo -además incompleto- que ha reivindicado el concepto del futbol. Ese que pone piel de gallina. Ese que mete un gol de último minuto rematando la pelota no con el pie sino con el corazón.

Y sobre todo, ese que pelea y deja de llorar (de llorar como Neymar a quién el feminismo debe ponerle un monumento: ya no se dice “lloras como niña” sino “lloras como Neymar”. Con su teatro en el campo, el brasileño ha hecho más por el feminismo que Camille Paglia con sus ensayos. No es broma).

Y por todo esto, que gane Croacia.

@los21fosfenos

JJ/I