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¿Y nuestros museos?

Aunque no hubiéramos considerado su existencia hasta la trágica noticia de su incendio, las fotos del Museo Nacional de Brasil ardiendo en llamas conmueven a cualquier interesado en el conocimiento sobre los seres humanos y el mundo que habitamos.

El Museo Nacional estaba dedicado a preservar y difundir objetos de incalculable valor –como ha dicho el presidente brasileño Michel Temer– relativos a la arqueología, la antropología biológica, la geología, la paleontología, la botánica y la zoología no sólo de Brasil o de América, sino de diversas partes del mundo.

Entre sus 20 millones de objetos, la mayoría ya perdidos, estaban los restos fósiles más antiguos de un ser humano encontrados en la región. La mujer a la que pertenecían fue bautizada como Luzia, cuya similitud física con las poblaciones nativas de Australia y África era una pista crucial para reconstruir la historia del poblamiento del cono sur de América.

También había un féretro y una colección de 700 piezas del periodo tardío del Antiguo Egipto, restos de dinosaurios, gemas y vestigios de civilizaciones que alguna vez reinaron grandes porciones de tierra en Sudamérica, como los Incas.

Detrás de la tragedia, empiezan a surgir los primeros culpables, el descuido institucional y la precariedad de recursos con los que operaba el museo. No parece descabellado, considerando que desde que inició el lustro e incluso un poco antes, Brasil ha enfrentado problemas políticos, económicos y sociales.

El reclamo es necesario: ¿Cómo es posible que Brasil haya sido anfitrión de las Olimpiadas y del Mundial de Fútbol a solamente un par de años de distancia, eventos de un enorme gasto público, mientras que el museo tenía una crisis presupuestaria de tal magnitud que en algún momento se suspendieron los pagos para tareas básicas de limpieza y no tenían dinero para exterminar plagas de insectos?

Si ésta es una crónica de una tragedia anunciada, el gobierno le debe explicaciones a todo el mundo. Y vale la pena preguntarse en qué condiciones se encuentran los museos locales, regionales y nacionales en México.

Quizás tendríamos que reconsiderar la función de los museos para la divulgación y preservación del conocimiento y los objetos con valor histórico y científico, y si es que éstos logran cumplirla de mejor forma que otros mecanismos.

¿Cuál es la mejor estructura administrativa que garantice la solvencia y operación de los recintos sin importar cambios de administraciones? ¿Tendrían que depender de una secretaría estatal, del gobierno federal o de un organismo público descentralizado?

Aunque en los países en vías de desarrollo muchos problemas pueden atribuirse a la corrupción e ineficacia sistémica de todo tipo de instituciones públicas, dejar los problemas en lo oscurito sólo los agravará. Es nuestro deber cuestionar a las autoridades sobre el estado que guardan los museos antes de que ocurra lo peor.

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