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Los árboles y el bosque

En estos días, el tema obligado ha sido la consulta sobre el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) y su posible cancelación cuando llegue el nuevo gobierno federal. Aunque hay una gran cantidad de argumentos a favor y en contra, me parece que es factible agruparlos en tres grandes bloques: el técnico, el económico y el político.

En el caso de los argumentos técnicos, es fundamental comprender que éstos no se limitan a la viabilidad del tránsito en el espacio aéreo, si bien es cierto que es imprescindible tener criterios que determinen la mejor ubicación en función de las necesidades aeronáuticas, también es cierto que no es el único factor: los estudios deben incorporar también la dinámica de suelos, lo que convierte a Texcoco en una región poco propicia, así como el impacto ambiental en la zona, en particular al respecto del agua, los mantos acuíferos, las zonas de recarga para el valle de México y sus consecuencias para la Ciudad de México.

En cuanto al tema económico, es de esperar que una obra de tal envergadura que implicó una gran proporción del gasto en infraestructura del gobierno federal sí tenga un impacto fuerte. Ahora bien, ¿qué señal es más preocupante? ¿El que se cancelen obras y se genere incertidumbre o el que se mantengan las obras sin importar cómo se hicieron las asignaciones y licitaciones?

Al hablar de lo político, que no es despreciable, hay que recordar que tanto la decisión de construir el NAICM como la de cancelarlo han sido decisiones políticas, y como tales se apoyan en segunda instancia en los otros dos factores, el técnico y el económico, y no al revés. En México es usual que los gobiernos quieran crear grandes obras de infraestructura por tres grandes razones: la primera tiene que ver con la generación de votos, todo aquello que se pueda presumir en campañas de publicidad sobre los logros del gobierno, es bien visto. Es electoralmente rentable. Por supuesto que las cantidades masivas de dinero que se mueven alrededor de estos proyectos son un fuerte incentivo para la corrupción y el desvío de recursos, que sirven para aceitar la maquinaria gubernamental. Por último, aunque no menos importante, también está el ego del gobernante que quiere ser recordado por sus obras monumentales.

Es muy triste que rara vez las obras sigan un proceso diferente: determinar junto con la población qué obras se necesitan, determinar con los expertos la viabilidad de éstas, y, por último, hacer la gestión política. Casi siempre es exactamente al revés. Por ejemplo, la Zona Metropolitana de Guadalajara necesita agua y transporte, pero las obras de infraestructura han sido decididas desde el gobierno atendiendo a intereses que no son los de la mayoría.

En el caso del NAICM, me parece que habría que cuestionarnos la obra desde sus orígenes. ¿Por qué el aeropuerto tendría que estar en la Ciudad de México? ¿No es seguir fomentando el centralismo? ¿Por qué la mayor parte de los vuelos internacionales se interconectan ahí? ¿Por qué no crear aeropuertos regionales para hacer crecer la economía de otras zonas? ¿Por qué, si México firmó convenios internacionales en contra del calentamiento global, sigue construyendo infraestructura para el modelo de transporte más contaminante que existe que es el avión? Dada la gran cantidad de recursos destinados a esta obra, ¿estamos seguros de que es la mejor inversión para el país y no sólo para unos cuantos? Porque está bien generar riqueza, pero está demostrado que cuando ésta se concentra en las manos de unos pocos, no se genera un beneficio generalizado para la población. Posiblemente es el momento adecuado para preguntarnos cuál es el tipo de desarrollo que queremos para este país. Finalmente, el país es de todos, y es justo que los beneficios se distribuyan de una mejor manera. Me parece que, al concentrarnos en unos cuantos árboles, hemos dejado de ver el bosque por completo.

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da/i