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Evaluación olímpica

La primera vez que México participó en las justas olímpicas fue en 1900. En esa ocasión, la cuarteta mexicana de polo se alzó con la primera medalla olímpica al quedar en tercer lugar en un deporte considerado sólo para aristócratas (de hecho, lo eran). De entonces a la fecha, la delegación deportiva mexicana ha participado en las restantes 22 contiendas olímpicas. A la fecha se han conseguido 67 medallas: 13 de oro, 26 de plata y 28 de bronce.

Si de acuerdo con lo que nuestros medallistas de Río recibirán –3, 2 y un millón de pesos por presea de oro, plata o bronce–, con precios actuales los atletas habrían acumulado, desde 1900, la suma de 119 millones de pesos. La mejor marca fue cuando en 1968 se lograron tres medallas de cada categoría: un total de 18 millones, contra los ocho que se recibieron en Brasil.

¿Por qué en un país con casi 120 millones de habitantes el desempeño de nuestros atletas no se ve coronado con la obtención de más medallas olímpicas? Por lo pronto, ante los resultados en Río, las acusaciones mutuas entre la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade) y el Comité Olímpico Mexicano (COM). El primero es presidido por el otrora comisionado (para la Seguridad y el Desarrollo Integral en el Estado de Michoacán), Alfredo Castillo Cervantes (que ya puso la renuncia en la mesa, sabedor de que no se la aceptarán); y, el segundo por Carlos Padilla Becerra, quien en 2008 fue jefe de Misión de la Delegación Mexicana en los Juegos Olímpicos de Pekín y desde 2012 es presidente del COM.

En apariencia, Padilla Becerra tiene un tanto de experiencia en el área; sin embargo, la carrera administrativa del abogado ha sido principalmente en el ámbito gerencial; mientras que la de Castillo ha sido en la de la procuración de justicia. En cualquier otro país, ante los magros resultados en Río, los funcionarios pondrían en la mesa su renuncia. Sin embargo, “es México, güey, capta”. Ahora bien, es muy fácil culpar a dos individuos de la situación deplorable del deporte en nuestro país. La realidad es que la política deportiva en México deja mucho que desear.

Las escuelas primarias y secundarias, que deberían ser semilleros de deportistas –salvo raras excepciones– no tienen un proyecto de detección de talentos en las diferentes disciplinas deportivas. Pero, aunque las tuvieran, no existen los canales e infraestructura necesaria para darles seguimiento, apoyo, asesoría y conducción. Pero lo que hace falta también es voluntad.

El mejor ejemplo de que sí se puede son los pequeños basquetbolistas del pueblo triqui de Oaxaca, donde, con el compromiso de su entrenador, Sergio Zúñiga, ha sorteado todo tipo de inconvenientes para conformar un equipo de niños con mentalidad triunfadora.

En todo el país hay otros tantos esfuerzos más individuales que institucionales. Las imágenes del tal vez el único ganador de una medalla boteando para obtener recursos para completar sus gastos para asistir a la justa veraniega; la asistencia médica furtiva a deportistas fuera de las instalaciones de los inmuebles deportivos; la corrupción y el desprestigio de los directivos de las federaciones atléticas mexicanas, y una burocracia anquilosada y enquistada en las instituciones deportivas han hecho consistente mella a las posibilidades de mejorar el desempeño de los atletas mexicanos en las competencias internacionales. Los resultados de Río no demeritan el esfuerzo y desempeño de los atletas y entrenadores mexicanos, pero mejorarían las posibilidades con los debidos apoyos institucionales.

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