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¿Vivimos?

Vivimos en un cambio de época y no en una época de cambios. El estudio de las relaciones internacionales está inscrito a un panorama de mutación. El Estado ya no es el gran vector de la modernidad occidental, la concentración del poder está dividido en distintos sujetos del Derecho Internacional Público, entiéndase por: organizaciones internacionales, organizaciones no gubernamentales (ONG) y el de las empresas transnacionales.

Vivimos en una era globalizada, la desregulación de la economía, el comercio y las finanzas en el sistema mundo han provocado una multiplicidad de oportunidades para generar “capital” y al mismo tiempo una evidente asimetría entre las empresas transnacionales y los pueblos.

Vivimos en un sistema internacional que dice reconocer la universalidad de los derechos humanos, sin embargo, en la gran mayoría de los países de América Latina, África y Asia se violan día a día todo tipo de derechos: civiles, políticos, laborales ambientales etc.

Vivimos en una auténtica “Arquitectura de la Impunidad”, las transnacionales han sustituido el Estado de derecho por un derecho corporativo global, en el que se crean una sin fin de normas, convenios y acuerdos que garantizan y “legitiman” el derecho al lucro por encima de los derechos humanos.

Vivimos bajo un ordenamiento jurídico internacional que limita a las comunidades e individuos y al mismo tiempo sienta las bases para la desposesión y apropiación de bienes comunes a manos de unos cuantos. Por mencionar algunos ejemplos: Bophal, en la India, Rana, Plaza en Bangladesh, la destrucción petrolera del Delta de Níger, el desastre ambiental en la Amazonía ecuatoriana, la masacre de Marikana en Sudáfrica…

Ahora bien, me pregunto ¿Vivimos o hemos empezado a morir? Y no me refiero como individuos, sino como “sociedad”, la cual está definida por la Real Academia Española (RAE) como: 1. “Conjunto de personas, pueblos o naciones que conviven bajo normas comunes”.

En mi opinión, en este cambio de época las normas son todo menos comunes. Sé de antemano que hablar de un Estado igualitario, sin pobreza y en el que se viva en total armonía correspondería a un pensamiento utópico, al menos para mi generación. No obstante, creo que el anterior anhelo utópico tendría que ser el eje rector de nuestras acciones.

Veámoslo como aquel ideal platónico denominado “democracia”. Aunque los sistemas de gobierno siguen alejados de la idea original de democracia, los pueblos siguen conduciéndose hacia ella pese a que hablar de una sociedad plenamente democrática permanezca como un ideal utópico.

En conclusión, conduzcámonos hacia la igualdad, dentro de nuestros espacios limitemos la cobertura de la explotación y movilicémonos contra la pobreza y la ignorancia. Al final los conflictos y abusos seguirán ahí, pero como ciudadanos podremos afirmar que: ¡Vivimos!

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