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El placebo de la industria

Lo he escuchado esporádicamente desde hace algunos años, pero en este 2017 lo he leído aquí y allá con machacona reiteración: tanto a periodistas como a los propios editores les ha dado por llamar industria al conjunto de emprendimientos editoriales locales. Y es que en la actualidad es tan fácil ser editor… o parecerlo, pues a falta de autocrítica y de precisión por parte de la prensa al primero que alza la mano y dice yo recibe la comedida atención de los buscadores de la novedad sin hacer preguntas inquisitivas que pudieran resultar incómodas.

Para comprar cualquier producto un consumidor regularmente se informa sobre los ingredientes, el proceso de elaboración y establece parámetros de confianza según evalúe la presentación o la publicidad. En el caso de los libros, la prensa no suele hacer preguntas: pasa por alto si el editor pertenece al Padrón Nacional de Editores y cuenta con número de ISBN, si paga impuestos al SAT por su labor, si tiene afiliados a sus colaboradores al IMSS o si pertenece a una agrupación o cámara que pueda avalar su calidad como emprendedor. Además suelen pasar por alto si lo publicado son obras de autores procedentes de talleres literarios o clubes relacionados con la propia entidad; servicios pagados hechos pasar como la decisión de un consejo; o publicaciones donde casi siempre publican los miembros de la familia: hijos, esposos o novios.

En la conformación del catálogo, su congruencia es fundamental. En las editoriales poco profesionales el catálogo es el muestrario de clientes, el repertorio de afinidades selectivas (personales, no literarias) o el álbum de familia. Y no creo que esté mal que se den estos casos, pues vivimos en una sociedad que no limita este tipo de emprendimientos. Lo que sí es anómalo es que no se logre diferenciar y separar el grano de la paja y además se pretenda poner todo en el mismo saco.

Críticos literarios y lectores agudos, faltan; periodistas acuciosos y críticos, faltan; autocrítica entre editores con trayectoria y principiantes, falta; pues sólo con absoluto profesionalismo las incipientes editoriales podrán madurar y mostrar si pueden aportar y sobrevivir. Me parece que querer ser lo que no se es, al final es más dañino: porque sólo sirve de placebo. Ojalá hubiera industria, pero no la hay.

@LibracoFP

JJ/I