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El circo económico de 2018

El comportamiento económico durante los años de elección presidencial en México suele ser distinto. El contexto político condiciona gran parte de las opiniones, propuestas, decisiones y evaluaciones económicas.

Mientras transcurren las precampañas y campañas, las fuerzas políticas en el poder intentan por todos los medios generar la impresión de que “vamos por el rumbo correcto” o, al menos, de que el barco flota. Es el momento de señalar que el salario mínimo está teniendo mejoras históricas, la tasa de desempleos es bajísima, se genera empleo formal como nunca, la pobreza se reduce significativamente, la inflación no se ha desbocado, la infraestructura crece y la inversión llega. Sobre cada aspecto se han hecho gran cantidad de críticas en cuanto su plena veracidad o bien en cuanto la forma o causas mediante las que se llega a tales afirmaciones de bonanza. No es que las cifras oficiales mientan, sino que puede forzarse la interpretación de los números para generar una imagen distorsionada de la realidad. Los números son imparciales, pero no así la forma en la que se llega a los números ni la manera en que son interpretados.

Por su parte, las fuerzas de oposición harán todo lo que esté a su alcance para exhibir las deficiencias, corruptelas y, en general, los efectos perversos de las políticas implementadas. No les será difícil. Las valoraciones sociales sobre el mandato presidencial expresan la molestia. Aún así, será fundamental abordar temas “poco taquilleros” pero que generan grandes dificultades en el corto y mediano plazos: el endeudamiento público y la colocación a bonos a tasas superiores a 7 por ciento, cuando los países más industrializados se endeudan a tasas de alrededor 0.5 por ciento; el agotamiento de la reservas de petróleo y la menor capacidad de refinar nuestro propio petróleo (con la consecuente dependencia constante de la importación de petroquímicos, especialmente de gasolina y gas); la incertidumbre sobre lo que se negocia y los resultados de tal negociación con respecto al TLCAN; la reforma fiscal de Trump, la paridad del peso, el incremento interna en las tasas de interés y sus consecuencias sobre las deudas de hogares y empresas (especialmente micro, pequeñas y medianas); el repunte de la inflación, liderado por productos como la gasolina, el gas y el maíz, etc.

Sin embargo, la crítica al gobierno es vana si no hay propuestas estratégicas concretas. No basta con buenos propósitos, con decir que queremos que México sea una potencia, o que los nuevos gobernantes sí van a ser honestos. ¿Con qué bases nos podemos plantear un futuro distinto sin definir que qué es lo que queremos cambiar de lo que hemos hecho? Para mejorar la distribución de la riqueza no basta con que se declare el interés en favor de los más pobres, sino fijar cuales deben ser las reglas del juego con respecto a quienes ya son dueños de casi todo y que verían sus intereses afectados con reglas distintas. Para lograr la sostenibilidad habría que ubicar cuales serían las posturas ante quienes invierten, pero generan condiciones de trabajo precarias y un alto deterioro ambiental.  Para que el Estado invierta en lo que es fundamental para el desarrollo, desde la tecnología y la investigación, hasta el cumplimiento efectivo de los derechos sociales, pasando por la generación de infraestructura adecuada y eficiente, no licitada a los compadres, habría que contar con las bases de financiamiento y la eliminación de las gigantescas exoneraciones fiscales a los corporativos oligopólicos.

El no plantear alternativas implica reproducir las inercias que nos tienen en un país desgarrado; plantear alternativas sin ponderar los riesgos que implique podría llevar a una situación inmanejable; plantear sólo alternativas “light” solo implicaría eludir los problemas de fondo en que nos encontramos. La cuestión es cómo hacer que lo justo sea posible y que lo posible sea justo. La respuesta no está dada.

@LIgnacioRM

JJ/I