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Los dueños de La Primavera

Más de 80 por ciento del territorio del bosque La Primavera es propiedad privada o ejidal y eso no tendría que ser automáticamente malo o perjudicial, por el simple motivo de que es un Área Natural Protegida con un plan de manejo dedicado a especificar lo que se hace y lo que no.

El problema es que los propietarios han pasado por alto este plan de manejo, y tampoco ha habido una figura de autoridad que haga valer el decreto que clasifica al bosque como zona de protección de flora y fauna.

Adentrarse en La Primavera da una sensación más parecida a estar en un pueblo rodeado de pino y encino que en una Reserva de la Biósfera, y explico por qué. ¿Es lógico que en un área natural protegida existan construcciones privadas de más de 20 metros de altura rodeadas con altos barandales con el pretexto de ser una UMA de venados? ¿Acaso no es absurdo que existan ranchos con ganado suelto, guajolotes, perros, que en el contexto de un bosque en realidad significaría introducción ilegal de especies exóticas? Y peor aún, ¿tiene sentido que exista un campo de explotación geotérmica latente en una zona que se supone es orientada a la conservación? Todo eso y más hay en La Primavera.

Los propietarios quieren usufructuar su territorio y no es malo, pero lo hacen a costa de los principios de la zona donde están asentados: una caldera volcánica activa altamente amenazada por la urbanización dentro y fuera de su perímetro, cuya biodiversidad lucha por sobreponerse a las amenazas.

Las especies de fauna silvestre que la habitan, desde el venado hasta el puma, no tienen noción de que viven en un lugar con dueños de nombre y apellido obstinados a delimitar su territorio con alambres de púas, mallas o muros. Dentro del propio bosque hay barreras físicas que son un riesgo para la dinámica de estas especies que se supone son las que interesan conservar y fueron el motivo por el que se decretó área de protección. En el papel está muy bien, pero en la práctica no se cumple.

Ahora que hay un trabajo interno para actualizar el plan de manejo que no se ha reformado en 38 años, se han estado haciendo visitas para dar cuenta del estado de algunas zonas y con eso redefinir qué se necesita hacer y qué restringirse. A raíz de estas labores, los encargados de vigilar los accesos tienen información de que actualmente hay 200 obras de construcción dentro del bosque para distintos fines; incluso permiten el ingreso de maquinaria como es en el caso del predio Picnic, que constantemente desarrolla infraestructura explícitamente prohibida en el decreto de protección.

¿Qué hacen los brigadistas y demás personal encargado de controlar los accesos? Sí, retiran armas cuando las ven o impiden el acceso o egreso de fauna, pero no restringen el paso de retroexcavadoras, materiales de construcción o vehículos cargados con malla; “le damos aviso a nuestros superiores, pero nosotros no podemos impedirles que entren”, me dijo uno de ellos.

Hay otras personas que también han hecho mal uso de sitios que, en el papel, son exclusivos de recuperación y altamente restrictivos, como Planillas, pero en la práctica es uno de los lugares predilectos de los ciclistas de montaña que suben el cerro de hasta 2 mil 200 metros sobre el nivel del mar para bajar a alta velocidad. ¿Qué hicieron? Derribaron y modificaron las obras de retención de suelo construidas hace algunos años para evitar la erosión por las corrientes de agua, que costaron tiempo, dinero y tienen una orientación de conservación. Ya no sirven.

Esa frase de “el bosque es de todos” se ha tergiversado, la usan para privatizarlo y no para disfrutarlo como un bien común. Urge redefinirla.

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