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Karma

Nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena, pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra propia testarudez
Alphonse Karr

 

Escuché a un grupo de reconocidos expertos hablar sobre las redes sociales y sus efectos en la opinión pública. Señalaban que, como el péndulo, fueron de un extremo al otro de la banda, de maravillosas herramientas a perversos instrumentos. Desde su nacimiento hace poco más de 10 años fuimos de la adoración a la satanización, donde nos encontramos ahora, y nos falta un tramo largo para llegar al punto medio de la escala.

Las redes en su inicio comunicaron al mundo. Se convirtieron en la herramienta que todos queríamos tener. Abrimos cuentas conectándonos a todo y con todos, al tiempo que Internet sufría una expansión geométrica, abriendo espacios de conocimientos e información a más personas cada día, mientras que los avances tecnológicos ponían todo ese conocimiento en nuestras manos con el desarrollo de los dispositivos móviles. Pero no faltó el genio que encontró en la credulidad de los usuarios de las redes el poder manipulador que tenían y en ese momento aparecieron las primeras fake news.

Las noticias falsas, destinadas a modificar las creencias, preferencias y conceptos de los usuarios de las redes, comenzaron a circular y rebotar de un lugar a otro del planeta, usando a los crédulos e inocentes navegantes de Facebook y Twitter como vehículos y combustible para llegar a todos lados y alcanzar a la mayor cantidad de incautos, que han reenviado una y otra vez mensajes fraudulentos y calumniosos.

Así las cosas, las redes sociales han perdido su virginidad frente a las violaciones sufridas a manos de maliciosos y perversos manipuladores de opinión. Su original virtud como enlaces entre grupos de amigos, familiares o colegas quedó rebasada por los intereses particulares más diversos, que lo mismo publican infundios sobre productos y marcas que calumnian a personas y empresas para alcanzar sus objetivos. Total, el fin justifica los medios.

La sucia política

En los últimos años los aspirantes a diferentes cargos de elección han entendido la importancia de las redes sociales, no sólo para convencer al gran público usuario, sino para manipularlo a su favor. Han encontrado una importante herramienta que han puesto al servicio de la guerra sucia, desgraciadamente tan común en el proselitismo político. Han confundido convencer al votante, con calumniar y denostar al contrincante y han hecho un uso indiscriminado de las redes para lograrlo: calumnia, que algo queda, dice la máxima.

Así las cosas, los mejores community managers se han integrado a los equipos de campaña de los candidatos de todos los niveles para impulsar sus marcas políticas.

Experiencia probada

Andrés Manuel López Obrador fue el primero en ambos casos: encontró la utilidad de las redes como herramienta de comunicación política y descubrió muy pronto que pervertir su uso mejora sustancialmente su eficiencia para obtener resultados.

El equipo de AMLO cuenta con verdaderos especialistas expertos en la creación de memes y la producción de videos que son una auténtica fábrica de fake news y hay miles de pruebas circulando por las redes. Descubrió también que no existe ninguna norma que regule el uso de las redes y que es prácticamente imposible encontrar el origen de los materiales maliciosos, los cuales hacen circular impunemente.

Todos iguales

También en los equipos de Ricardo Anaya y José Antonio Meade tienen expertos que utilizan las redes en la guerra sucia, aunque no cuentan con el poder destructor de los expertos de AMLO. El candidato de Morena ha pulido sus habilidades durante más de 10 años de campaña, en que ha podido hacer múltiples ensayos prueba-error para afinar la puntería.

@BenitoMArteaga

JJ/I