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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
La migración acompaña la historia de la humanidad, el interés de buscar mejores condiciones de vida, un espacio seguro, ha construido nuestras sociedades. Migrar hoy es un derecho humano que se encuentra protegido por leyes y tratados internacionales, y una necesidad para muchas regiones del mundo que son afectadas por la violencia y la pobreza.
En el caso de México, durante el siglo 20 se incrementó el flujo migratorio hacia nuestro vecino del norte; el programa Bracero implementado en la posguerra de los años 40 fue un aliciente para aquellos que buscaban mejores oportunidades, pero una vez que cerró ese acuerdo formal, el intento de muchos mexicanos para llegar a Estados Unidos continúa; aún con el riesgo de ser deportado o perder la vida al cruzar el desierto o el río Bravo, y con un incremento permanente de las medidas para blindar la frontera.
Actitudes de racismo y discriminación contra mexicanos que intentan quedarse a trabajar en EU nos ofenden como país. Las prácticas de crear muros, aumentar la vigilancia, separar a las familias, centros de detención, van contra el derecho humanitario y el sentido común. Así suele mirarse lo que pasa en el norte, pero pocas veces reflexionamos sobre lo que sucede en el sur.
Aunque siempre ha existido ese paso natural de Centro y Sudamérica por México intentando llegar a EU, conflictos armados, dictaduras, genocidio y violencia generalizada provocaron un incremento notorio de las personas que cruzan nuestro territorio, sin que hasta el momento existan políticas públicas idóneas para su atención y con el preocupante aumento de expresiones xenofóbicas por sectores de la población mexicana hacia la migración.
En ese contexto, es invaluable, digna de reconocimiento y respeto la labor que realizan colectivos como el de Las Patronas de Veracruz, un grupo de mujeres que desde hace 25 años desempeñan una labor humanitaria constante: dar alimento, albergue temporal, asesoría y acompañamiento a cientos de personas que día a día cruzan el territorio, principalmente a bordo del tren conocido como La Bestia. La líder del grupo –Norma Romero– ha estado en estos días en Guadalajara para participar en actividades de la Feria Internacional del Libro y dar un mensaje de esperanza, pues con su trabajo demuestra que la voluntad, la convicción y el corazón pueden hacer posible un sueño.
En sus intervenciones, la señora Norma narra que hace 25 años dos de sus hermanas compartieron el pan y la leche con aquellos que iban sobre el vagón del tren, no sabían quiénes eran o a dónde iban, ni siquiera conocían que no eran mexicanos, pero les impresionó la súplica –tenemos hambre– y sin pensarlo entregaron lo que llevaban para su consumo familiar. Desde entonces decidieron ayudar entregando alimento para muchos más: 200, 300, hasta 800 raciones por día.
Ahora se enlazan con otros grupos de apoyo a migrantes en el país, están pendiente de las caravanas, y llama su atención que cuando llegó el grupo de migrantes de Honduras había poblaciones que en su camino les negaron hasta un vaso con agua, que les pidieron retirarse y rechazaban su presencia. Han visto en su largo andar expresiones de rechazo, pero nunca tantas como ahora, incluso algunos se atrevieron a cuestionar su ayuda, ¿por qué ayudar a otros?, ¿por qué no pensar primero en México? “Vienen a quitarnos el empleo, son violentos, peligrosos”, son expresiones que tristemente cada día escuchan más. La señora Norma diría que “no se dan cuenta que al ayudar a nuestros hermanos migrantes, somos nosotros los que recibimos la ayuda, porque nos transforman y nos hacen mejores personas”.
Las Patronas son un digno ejemplo de construcción de paz, de compromiso por la humanidad. Su labor es una luz de esperanza que debe replicarse.
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jl/I