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Patología del poder II 

El poder siempre es peligroso; atrae a los peores y corrompe a los mejores 

Ragnar Lothbrok 

 

La semana pasada reflexionaba que algunos políticos se pueden ver en ciertas situaciones que conducen a un estado psíquico mórbido: a una patología del poder. Pero aclaro que este padecimiento no es privativo de los políticos; se da en cualquier relación de poder. Weber definía el poder como “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia”. Para el politólogo alemán, la clave para entender el poder está en la posibilidad de dominación, la que entiende como la capacidad de conseguir obediencia “a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”; en cualquier ámbito social, incluso en una relación erótica. 

Cuando las relaciones de poder llevan a una condición patológica ocurre lo que se conoce como síndrome de hubris (etimológicamente, hubris viene del griego que significa desmesura). En la tragedia griega, los dioses y héroes también sucumben a las pasiones humanas, llegando a arruinarse de forma autoinfligida al consumirse “con arrogancia, con ambición u orgullo, seguidos de vergüenza, pena y culpa; se desgarran y ayudan a provocar su propia locura”, de acuerdo con el historiador británico Roy Porter (Historia de la locura). 

Este mismo autor concluye que la historia de la locura es la historia del poder, porque contempla al poder y la locura tanto en su impotencia como en su omnipotencia; por lo que se requiere, paradójicamente, poder para controlarlo. Además, dado que amenaza las estructuras normales de autoridad, la locura está comprometida en un diálogo interminable –en ocasiones como monólogo monomaníaco– sobre el poder. 

Si bien un liderazgo exitoso se caracteriza por ciertos rasgos distintivos, como son carisma, encanto, capacidad de inspirar, persuasión, altura de miras, disposición a asumir riesgos, grandes aspiraciones, audacia y confianza en sí mismo. Sin embargo, de acuerdo con el político y médico inglés David Owen, estas mismas cualidades se pueden caracterizar por la impetuosidad, la negativa a escuchar o tomar consejos y una forma particular de incompetencia cuando predominan la impulsividad, la imprudencia y la falta frecuente de atención a los detalles. 

El problema con esta condición oxímoron en la personalidad de los líderes políticos es que puede traducirse en la toma de decisiones equivocada y causar daños irreparables y desastrosos en la sociedad. Esta ausencia de capacidad para tomar decisiones correctas y racionales puede ser percibida como tan solo un “error humano” (errare humanum est), pero señalada puntualmente por sus opositores. 

En efecto, de acuerdo con Barbara Tuchman, si bien la insensatez y la perversidad son inherentes al ser humano, no así debería ser de los gobernantes. El problema radica que las irracionalidades y los desaciertos de los individuos particulares no afectan tanto como lo hacen las acciones equívocas de gobierno, que deben caracterizarse por la cordura, la prudencia y la razón. Sin embargo, de acuerdo con la historiadora, la obcecación, “fuente del autoengaño, es un factor que desempeña un papel notable en el gobierno. Consiste en evaluar una situación de acuerdo con ideas fijas preconcebidas, mientras se pasan por alto o se rechazan todas señales contrarias”. 

Una característica común del síndrome de hubris es que fusiona peligrosamente la arrogancia o el orgullo exagerado, la abrumadora confianza en sí mismo y el desprecio por los demás (“Ni los veo ni los oigo”). Tal vez esto se pudiera ver como una manifestación extrema del comportamiento normal de narcisismo (“El narcisista no tiene rival”). 

El síndrome de hubris debe entenderse como un trastorno de la personalidad por la posesión del poder, particularmente con el poder asociado con un éxito abrumador, mantenido durante cierto período de tiempo y con una restricción mínima para el líder. De acuerdo con Owen, a la vista de la certidumbre de su propio mesianismo, no toleran el escrutinio público o ataques de oponentes (“Eso sí calienta”). 

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