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Estampas de Guadalajara en tiempos de epidemia

El puesto del tianguis de avenida La Raza, en Guadalajara, ofrecía ropa para dama. Las prendas colgaban de los tres costados del improvisado local callejero. El sol del jueves de marzo era una plancha quemante. Una joven compró tres shorts. Al recibir el dinero, la comerciante le dijo: “Gracias, señorita; con lo que me da ya tengo para comer hoy”. Una semana después la tianguera no pudo colocarse de nuevo. Su mercancía no es esencial en tiempos de pandemia.

Juan es empleado de un taller mecánico. O más bien era empleado. El patrón argumentó que por el coronavirus la clientela se vino abajo y que, además, le habían dicho que su negocio no entraba en los esenciales. Aseguró que cuando se pusieran mejor las cosas, lo buscaría. Juan está casado y tiene dos hijos. Sin empleo, sin dinero, preparó con otro compañero aguas frescas y salieron a la calle a venderlas. “¡Aguaaaaasss frescaassss!”, gritan ahora.

Desde hace años la señora Marichuy vende casi de todo: frutas, leche, panes, quesos, atún, pastas y una larga lista de productos. Su tienda de abarrotes es una de las del barrio que ha sobrevivido a la competencia de una cadena nacional de tiendas de autoservicio, ubicada a pocos metros. Cuando supo que deberían cerrar negocios para impedir el avance de la pandemia, se alarmó. ¿Usted va a cerrar?, le preguntaban sus clientes. “Noooo. Si cierro, no como”, aclaró. ¿Y si alguien la contagia? “Ya será de Dios”, respondió seria.

Con sombrero, lentes oscuros, cigarrillo en mano, camisa vaquera y botas conocidas como sacajícamas, el personaje platicaba con un grupo de tres amigos frente a una panadería. La conversación estaba animada. El tema era la pandemia. Cuando le tocó el turno, soltó una afirmación que parecieron confirmar sus escuchas: “Pa mí que eso del coronavirus es un pinche invento del gobierno”.

Madre de tres hijos, la joven señora suele sacarlos a la calle para que jueguen. Cuando lo hace, las risas de los niños se escuchan a distancia. Su espacio es un intenso barullo. Un día contó que le preocupaban las noticias sobre el virus y los enfermos. Por ello ya decidió: “Me voy a regresar a mi pueblo, al fin que allá somos pocos y no creo que llegue el virus”.

El puesto de mariscos del Mercado San Juan de Dios se salvó de cerrar. De por sí arrastraba una clientela venida a menos, luego de que las órdenes de cocteles son camarones contados uno por uno, y no como antaño, que agarraban un buen puño y los colocaban en la copa. Además de que el precio aumentó. La caída en picada de las ventas por el aislamiento social cambió todo; hasta el tono de la dueña. “Con gusto te llevamos el pedido”, respondió al pedido telefónico, amable ella, forzada a ofrecer el servicio a domicilio. Si los clientes no vienen a mí…

Con fervor, la señora aclaró que por nada del mundo dejará de vacacionar. Ya había pagado el paquete turístico a Italia. “Oiga, ¿pero ya oyó cómo están las cosas allá por el coronavirus?”. “Son puras mentiras de los periódicos, yo me voy”.

El miedo, la ignorancia y lo malagradecido son una terrible combinación. Frente a la Clínica 110 del IMSS de Guadalajara, a los doctores y enfermeras una tienda no les vende nada, reportan en redes sociales. Como otras, ante las diversas agresiones que reciben, una joven enfermera optó por vestir el uniforme solo en el hospital en que labora. Apenas comienza el infierno y los ángeles deben esconder sus alas.

Posdata. Ayer, El Diario NTR Guadalajara cumplió cinco años. Construirlo ha sido un trabajo colectivo, arduo, en el que durante distintos periodos han participado más de un centenar de profesionales. Un abrazo a cada uno y una. Gracias a quienes nos honran al seguirnos.

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