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Las gracias

Los momentos de crisis son también buenos periodos para valorar aquello que tenemos y nos hace bien, nos mantiene tranquilos y nos sana. 

A inicios de esta semana tuve un inconveniente de salud. Una lesión repentina que activó mi cerebro de una manera poco afortunada. Lo que pensé de inmediato, en medio del dolor agudo, fue que tengo un servicio privado de seguro médico, además del público otorgado por mi empleador; ambos, beneficios que pocos gozan. Enseguida, con el dolor bajando de intensidad, entré en un momento de ansiedad en el que mi pavor era terminar en el hospital durante esta crisis sanitaria por la que atraviesa México. 

Pero entonces llegó mi compañero de vida a calmar mis ansias. Me ayudó a contenerme y tranquilizarme. Me puso en perspectiva el momento y me auxilió a identificar lo que sí estaba pasando y lo que no ocurría más que en mi desbocada imaginación. Tras esa breve plática me di cuenta de cuán afortunada soy de estar al lado de alguien que, en circunstancias como las actuales, no sólo logra mantenerse en calma, sino que puede lograr que yo también esté tranquila. 

He leído y escuchado cantidades enormes de quejas y molestias por lo que hemos dejado de tener o de disfrutar debido a la situación actual del mundo… Algunas rayan la superficialidad descarada, en las que me incluyo, pues siento que es inevitable que seamos egoístas y que sintamos que todo el mundo está en nuestra contra. 

Lo que viene después es la parte complicada, que consiste en poner en perspectiva y con los pies en la tierra nuestra verdadera circunstancia y valorar si, en serio, de verdad, estamos tan mal como creemos –como yo, con mi dramática e inexistente visita a un hospital– o si sólo somos esos seres caprichosos que inspiran canciones, películas y libros. 

Por ese mismo inconveniente, mi familia estuvo al tanto. Mi tía, mi tío, mi madre… A la postre, mis primas. Y sé que, aunque en estos más de dos meses no hemos podido vernos como antes, abrazarnos, estar juntos, comer en compañía, querernos en la cercanía, están pendientes de mí. Me apapachan y cuidan de un modo precioso, incluso a la distancia. 

Ya antes, cuando me fui a vivir fuera de Guadalajara, sabía que siempre podía contar con mi familia, pero de alguna forma en esta ocasión se siente diferente. Y valoro mucho más cada mensaje, cada llamada para preguntar cómo estoy o si necesitamos algo en casa. Cada audio para sondear mi salud y mi rutina. 

(En medio, un ejemplo de ello. Toda la semana pasada estuve jode y jode a mi mamá, cada vez que hablábamos, de lo mucho que extrañaba sus chilaquiles, con frijolitos fritos. El domingo por la mañana me llamó y me dijo que en mi puerta esperaban unas cosas. Salí, aún medio adormilada. Había una bolsa de mandado. Adentro, salsa de chile casera, frijoles estilo mi agüe, bolillo, jugo de naranja, queso fresco y totopos. Mi mamá, desde el carro, me mandó un beso y me pidió que me cuidara. Puro amor.) 

Pensaba también en que sigo teniendo mi empleo. Contrario a la horrible situación que están pasando no pocos mexicanos, hasta ahora mi trabajo sigue en las mismas condiciones de antes de la crisis de salud. Aunque tenga claro que eso puede cambiar en cualquier momento, como ha pasado en no pocas empresas –lo mismo pequeñas que enormes– y sectores productivos enteros, hoy soy afortunada de pies a cabeza. 

Y saber que tengo un lugar para vivir, en donde guarecerme después de un día cansado; un espacio donde puedo cocinar y comer con quienes quiero, donde puedo dormir y estar en paz. Y hasta un pequeño espacio verde que, pese a mi mala mano para las plantas, se resiste a morir, tal vez demostrando la fortaleza que a veces siento que yo no tengo. 

Si esas bendiciones no son suficientes para agradecerle a la vida lo buena que es conmigo en estos momentos, nada lo será. 

Así que a veces sólo debo respirar y mirar alrededor para después observar hacia adentro. 

Sentir. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I