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¿Para quién escribimos los periodistas?

Con la educación a distancia en medio de la pandemia de Covid-19, ha sido más visible la desigualdad y la brecha digital en México. 

La mayoría de los hogares en el país cuenta con al menos un televisor en casa (92.5%), pero menos de la mitad (44.3%) dispone de una computadora, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2019, elaborada por el Inegi. 

En cuanto a conectividad, en las zonas urbanas 76.6 por ciento de la población usa Internet, pero en las áreas rurales menos de la mitad tiene una conexión (47.7%). 

He llegado a estos datos dándole vueltas a una pregunta: ¿para quién estamos escribiendo los periodistas? 

Si las disparidades sociales se han profundizado más con la pandemia, ¿qué está pasando con el periodismo y las audiencias? ¿Quién nos lee, con quién interactuamos, quién consume noticias; cómo, dónde, cuándo, a quién le sirve –o no– toda esa información? 

Una buena parte de los periodistas estamos dirigiéndonos a las audiencias-burbuja, más enfocados en compartir en Twitter, Facebook o Instagram. Y, ¿qué está pasando con el resto de las audiencias fuera de estos círculos, fuera de las élites, fuera de los sitios donde sí o sí es necesario una conexión de Internet? ¿Acaso estamos llegando a la señora de la verdura que no pudo vender porque los policías desmantelaron las mercancías con las que lleva el pan a la casa? ¿Al taxista que no usa Twitter? ¿A las madres con hijas e hijos desaparecidos que no saben leer o no saben escribir o no saben usar Internet? 

Los medios que todavía imprimen sus periódicos tienen más posibilidad de abarcar diversos tipos de audiencias, pero imprimir es cada vez más costoso y las ventas cada vez son menos. 

En algunas partes de México, lejos del centralismo informativo, fuera del registro de redes sociales y los “me gusta”, colegas han buscado la forma de seguir conectándose con sus comunidades. Unos incluso han muerto por eso. 

Moisés Sánchez tenía una gacetilla en el municipio de Medellín, Veracruz; imprimía un semanario que llevaba por nombre La Unión con dinero que sacaba manejando un taxi. “Él podía ir con su pasaje, y si pasaba por una colonia y veía que las luminarias no funcionaban, dejaba a los clientes y regresaba al lugar para preguntar a la gente cuánto tiempo llevaban sin luz”, le dijo el fotoperiodista Félix Márquez al reportero Manu Ureste, de Animal Político, cuando la desaparición forzada y asesinato de Moisés fue noticia en enero de 2015, durante el mandato de Javier Duarte. 

“O si pasaba con el taxi por otra colonia donde se había prometido pavimentación y el piso estaba en mal estado, se bajaba del carro, tomaba fotos y luego lo denunciaba en su periódico. En definitiva, Moisés hacía un periodismo comunitario, un periodismo social”. 

Ángel Ramos, otro periodista veracruzano, le dijo a Manu Ureste que la zona de Medellín no era cubierta habitualmente por medios y la voz de Moisés era “fundamental” para su comunidad. 

A los periodistas nos falta llevar la realidad a otras comunidades, más allá de la matrix que son las redes sociales, porque las personas más pobres son las que tienen menos acceso a salud, educación, alimentos saludables, justicia, y también son quienes más carecen de información de calidad real y verificada. Nos hemos quedado atrapados en estos círculos de conexión, remotos de las audiencias excluidas. 

¿Cómo hacemos? Quizá este sea el siguiente zoom necesario. 

Por lo pronto, recomiendo seguir el memorial “Matar a nadie”, de Reporteras en Guardia, y un informe que presenta la organización Article 19 México el 30 de septiembre llamado “Ya nadie publica eso”, es sobre los desiertos informativos en el país. Ahí estará mi querida amiga y colega Paula Mónaco Felipe en la presentación; ella y el fotoperiodista Miguel Tovar documentaron estos lugares que han quedado en la oscuridad. 

jl/I