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La esperanza del teatro presencial

(ABIERTO. Aunque su temporada en el Teatro Jaime Torres Bodet cerró ayer, se espera que regresen muy pronto con nuevas funciones. Foto: Especial)

Soñar es un estado mental en donde los límites son más flexibles que en la realidad que habitamos, se vuelven un espacio de exploración que nos permite plantear metas y esparcir una visión idílica de nuestro devenir en la vida. Comenzamos a soñar desde que somos pequeños y, conforme avanzamos nos damos cuenta que soñar no siempre quiere decir que eso que vislumbramos se volverá realidad. Crecemos enfrentándonos al dolor de equivocarnos y somos conscientes de que el camino puede variar, en ocasiones drásticamente, llenándonos de dolor y resentimiento que debilita nuestros deseos por buscar aquello que nos hace felices. Sin embargo, la vida también incluye comprender que el deseo es una forma de empujarnos a hacer algo, pero considerando debidamente que cuando un sueño no se cumple, se abren las opciones de volver a imaginar.  

Cuando, desde el momento y lugar en donde estamos parados, volteamos a ver el pasado, tenemos la capacidad para revisar cuántos de esos sueños que gestamos se han cumplido, a cuántos habremos renunciado y cuántos se vieron frustrados por falta de voluntad o deseo. Se abre una autorreflexión para valorar cualitativamente aquellas metas, pero nos olvidamos que vivimos en un sistema sociocultural, económico y político en donde no caben los sueños que se salen del entendido “necesario” para sobrevivir en nuestro ciclo vital.   

“¿Para qué sirve el arte?” pregunta Mayra, la gerente de la pizzería “La ballena blanca” a German (así sin acento) un chico que sueña con ser poeta, y que para cumplir su meta da vida a la botarga de una ballena que atrae a los comensales con su letrero y bailes atípicos. Es a partir de esta pregunta y tomando como base alegórica a Moby Dick de Herman Melville y su inalcanzable sueño por conseguir venganza contra la gran ballena blanca que le ha arrancado la pierna, como se articula una premisa que nos hace cuestionar sobre nuestra relación devocional con los deseos, el arte, la creación y aquello que nos llena de alegría.  

A pesar de que la premisa nuclear de la obra busca esbozar una reflexión individual y podría caer en una base ultra optimista y cursi de autoayuda, no lo hace, y es que no pretende hacer que el espectador deje su trabajo actual para involucrarse en el desarrollo artístico, sino que plantea una reflexión mucho más honesta sobre cómo entendemos nuestra realidad (específicamente en México) que trata de eclipsar los sueños a partir de las carencias, que además se intensificaron a partir de la pandemia de Covid 19.  

La producción Moby: Poeta ballena, de Carabina Plutonio, cuenta con un elenco que despliega con gran energía un aprovechamiento del espacio, a partir de un cronometrado y elegante uso de inagotables recursos que motivan una expansión del escenario, desarticulando sus límites para interactuar con su espectador.  

Sin duda fue una opción valiosa para volver al teatro presencial, y aunque su breve temporada en el Teatro Jaime Torres Bodet cerró ayer 30 de mayo, esperen muy pronto nuevas funciones, ya que seguramente se podrá ver nuevamente este año en la ciudad. 

jl/I