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Aniversario

Si no hubiera sido por la Universidad de Guadalajara, como mucha gente de este estado e incluso de otras entidades, difícilmente habría podido tener acceso a la educación superior. O sí lo habría tenido, con becas de por medio o con el sacrificio de mi familia para pagar una institución privada. 

Hija de la educación pública y con la prepa también cursada en las aulas de esta institución, no puedo más que tener un enorme agradecimiento, que traigo a cuento por su cumpleaños 96, celebrado el pasado 12 de octubre. 

Por cuatro años cursé la Licenciatura en Estudios Políticos y Gobierno, y previamente estudié por tres años en la Preparatoria 11. Hace 18 años, en 2003, dejé sus salones, pero siempre he estado acompañada del cachito de legado que me tocó de entre todos los egresados que han dado sus paredes. 

Docentes brillantes, compañeros y amigos extraordinarios, momentos memorables, anécdotas, formación, horas de desvelo y muchas satisfacciones son una parte de esta herencia. 

Gracias a todos quienes hacen posible la existencia de esta institución, desde los contribuyentes hasta sus trabajadores, pude ser parte de ese 21.6 por ciento mayor de 15 años que tuvieron acceso a la educación superior en este país. 

Y es innegable que, además, en medio de una pandemia, la UdeG se convirtió en una parte esencial para facilitar las circunstancias de muchas personas. Sí, pensaríamos, es su obligación, pues recibe dinero de todos los jaliscienses, pero no me refiero tanto a la institución, sino a todas aquellas personas entre estudiantes, egresados y voluntarios que pusieron (y siguen poniendo) todos sus conocimientos y empeño en hacer más fácil transcurrir por esta realidad en la que ya llevamos 19 meses. 

Pero si bien estoy orgullosa de la universidad, creo que también hay deudas enormes que aún no han sido saldadas, aunque ya hay esfuerzos en torno a ello. 

El otro día, en una conversación familiar, contaba que, hace cerca de veinte años, una profesora se negó a que un estudiante ciego de intercambio tomara su clase. Sus motivos, entonces, eran que en su cátedra se leía mucho y necesitaba leer el material para luego discutirlo, y en nuestras bibliotecas no teníamos a los autores en braille para que él leyera y participara. El chico insistió. Dijo que podía estar como oyente. Eso no pasó. No regresó a la clase. 

Pero los tiempos cambian y el transcurso de estas dos décadas la universidad se ha esforzado en ser más incluyente. Hace cinco años por primera vez 14 estudiantes sordos pudieron ingresar a licenciatura, sin embargo, la pandemia volvió a mostrar la realidad a la que se enfrentan, al toparse con profesores sin paciencia, que daban las clases con el cubrebocas puesto, sin apoyos de intérpretes, tal como ellos denunciaron en diciembre del año pasado. 

La otra gran deuda es la atención y resolución de los casos de acoso, hostigamiento y abuso sexual en la comunidad universitaria. Cientos de mujeres, por medio de protestas, tendederos y exposición de sus casos particulares, han dado a conocer la violencia de género que por años ha permeado en las aulas universitarias. 

El rector Ricardo Villanueva se comprometió a atender a fondo el tema. En febrero de este año se presentó la Unidad de Igualdad a cargo de Érika Loyo Beristain, quien tiene una reconocida trayectoria en el tema. De acuerdo con los datos compartidos entonces, sólo en 2020 se presentaron 60 denuncias de acoso sexual y 89 quejas de hostigamiento, de las cuales se lograron dictar 63 medidas cautelares. Hace 20 años siquiera presentar una queja era, por ponerlo de algún modo, poco probable. 

En cuatro años la UdeG cumplirá su centenario. Y deseo que entonces sus alumnos con discapacidad sean mejor integrados y su comunidad universitaria femenina sea respetada, atendida y protegida sin condiciones. 

Que así sea. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I