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Sin opción

Tras la aparatosa balacera del domingo en las inmediaciones de la exclusiva zona de Andares, de donde, de acuerdo a las autoridades, intentaron plagiar a un empresario, hubo una inevitable reflexión de dónde o con quiénes podemos estar tranquilos y vivir nuestros días comunes sin la preocupación de que, en cualquier momento, quedes en medio de un enfrentamiento armado.

(Mención aparte merece el hecho de que sea tan relevante una balacera en esta parte de la ciudad, cuando han ocurrido otras más violentas, con víctimas mortales, pero en lugares no tan agraciados ni tan ricos, y éstas reciban mucho menos difusión y seguimiento que aquellas que son en espacios pujantes y caracterizados por su alto nivel socioeconómico).

No sólo se trata de no poder ir al cine un domingo cualquiera por el peligro a un tiroteo en Zapopan o de no poder comer tranquilamente en una taquería sin que lleguen hombres armados a robar a todos en Tlaquepaque o no poder dejar tu automóvil en las calles de la colonia Americana sin que haya la probabilidad de que lo cristaleen o se lleven hasta la computadora que hace andar al carro o no poder ir a una clínica del IMSS sin que un ladrón te despoje de tu cartera y tu celular mientras cuidas a tu familiar enfermo o no poder subirte a un camión una mañana porque a un tipo se le va a ocurrir tomar a una pasajera como rehén, para terminar baleado por la policía…

Se trata de todo lo que nos ha arrebatado la violencia que anda a sus anchas en este país. Da lo mismo si hablamos del crimen organizado o de un ladronzuelo en ciernes. La tranquilidad se nos escapa como arena entre los dedos.

Convivimos a diario con quienes contribuyen a ello. Son los nuevos vecinos que tienen costumbres y reacciones extrañas que levantan ciertas sospechas, con horarios inusuales, música siempre a todo volumen y autos sin placas o con vidrios polarizados; son los papás de los compañeritos de nuestros hijos que andan por allí con dos o tres personas armadas a su lado, según discretamente, pero con las pistolas fajadas a la cintura, sin que nadie tenga claridad sobre aquello a lo que se dedican sus patrones.

Son los negocios que siempre vemos solos o con poca afluencia de clientes, pero que siguen voyantes, sin que la pandemia, por ejemplo, les haya hecho un rasguño; son quienes te ofrecen pagarte en efectivo la renta de una casa, por todo un año por adelantado y hasta poco más de lo que pides con tal de que te convenzas y se arme la transacción; son los primos que siempre traen dinero y que sabes que no tienen un empleo ni sus papás los proveen, pero reciben llamadas crípticas y deben dejar las reuniones familiares en donde están todos porque les salió una urgencia…

Y aunque sepamos todo eso, aunque estemos seguros de que podríamos aportar datos para detener a algún criminal, estamos atados de manos. Porque no es nuestra culpa no poder hacer nada; es de aquellas instituciones que no hay forma de que nos garanticen la seguridad al denunciar, de aquellas corporaciones tan infiltradas que seguro nos pondrían en la mira de aquellos a quienes denunciemos, por soplones; es de aquellos funcionarios públicos a quienes no podemos acudir a expresar nuestras preocupaciones porque no tenemos certeza alguna de que ellos no están cooptados o coludidos con los propios criminales.

Pasamos en muchas ocasiones del “no tiene caso denunciar porque no harán nada” al “no tiene caso denunciar porque me pueden hacer algo”. Y la diferencia podría ser tan sutil como abismal, dependiendo del caso al que nos enfrentemos, del delito que seamos víctimas, del ilícito que presenciemos.

Ya no encuentro, no veo, no alcanza mi entendimiento de esta realidad para saber o siquiera imaginar cómo podremos deshacernos de esta enfermedad que tenemos adherida hasta la médula.

Profundo.

Twitter: @perlavelasco

jl/I