La movilidad que necesitamos

Para satisfacer necesidades (participación, ocio, subsistencia, afecto...) las personas requerimos ir de un lugar a otro de forma ágil, segura y sustentable. Visitar un enfermo, asistir a la escuela o ir de compras… son actividades cotidianas de las que depende nuestro bienestar individual y colectivo que supone desplazarnos utilizando distintos modos de transporte. Sin embargo, con la aparición de vehículos motorizados, el automóvil se convirtió en paradigma de la movilidad. Comenzaron a erosionarse los lazos de vecindad y ayuda mutua de los barrios, se incrementaron la contaminación, el ruido y los accidentes viales, se trastocó el equilibrio de los ecosistemas al entubar ríos e instalar grandes planchas de cemento.

Más que ningún otro artefacto, el automóvil ha venido a ser el mejor representante de la ideología moderna: la autorrealización de “sujetos libres”, que se desplazan sin fin para conseguir todo lo que quieren, gracias a su dinero y esfuerzo individual. ¿Pero los automotores han traído más libertad y justicia para todos?

El sueño de un automóvil para cada individuo es un despropósito. Si cada uno tuviera su auto, sería imposible la movilidad urbana. ¿El crecimiento del parque vehicular debe tener algún límite? ¿Qué capacidades humanas estamos perdiendo al restringir nuestras formas de movernos?

El automóvil ha modificado las ciudades, las ha disgregado, ha desdeñado maneras distintas de transitarlas. Las ciudades se han transformado profundamente para servir a los automóviles, olvidando que en su origen las ciudades eran lugares de encuentro, proximidad y protección. Hoy, miles de personas viven aisladas, lejos de todo.

Frente a la idea de agilizar el flujo vehicular en avenida López Mateos construyendo un segundo piso existen otras posibilidades: crear condiciones para un sistema integral de transporte multimodal; construir estacionamientos para autos y bicicletas cercanos a estaciones del transporte público; definir algunas calles para uso exclusivo de transportes no motorizados; delimitar horarios diferenciados para la entrada y salida en escuelas y oficinas; organizar horarios nocturnos para hacer arreglos en la vía pública y recolectar la basura; asumir la movilidad de los peatones como parámetro para el diseño de toda la infraestructura urbana.

Las autopistas urbanas forman parte del imaginario moderno: reflejan la visión de “progreso” de muchos de sus habitantes donde los que no tienen automóvil son los nuevos marginados sociales. Su construcción ha contribuido al desarrollo inmobiliario suburbano y a “colonizar” nuevos territorios para la ciudad. ¿El crecimiento de las ciudades no tiene límites en un planeta limitado?

Los entramados urbanos ajenos al uso del automóvil ofrecen opciones afines a la convivencia pacífica: mezclan el uso de los espacios públicos, respetan edificaciones de distinta antigüedad y condición, favorecen densidades de población relativamente más altas. La multiplicidad de funciones de la calle son la esencia de la vitalidad urbana y de la comunicación entre sus habitantes. Mantener el actual modelo donde circula todo tipo de transporte, por todas las calles, en cualquier momento del día o la semana… no parece ser una salida razonable. Las calles deben volver a ser lugares para el contacto personal, no sólo lugares de paso.

gerardpv@iteso.mx

jl/I

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