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El poder del voto

El reclamo fundamental de Francisco I. Madero en el Plan de San Luis —el llamamiento a alzarse en armas para derrocar la dictadura de Porfirio Díaz— se centró en la reivindicación de la democracia y la soberanía del pueblo; en su poder de decisión como vía para cambiar el injusto sistema prevaleciente. Fue la respuesta valiente a la perpetua falsificación porfirista electoral. Ya antes, en su libro La Sucesión Presidencial, había señalado que la dictadura se establece en el fondo y no en la forma, cuando hipócritamente aparenta respetar todas las leyes y apoyar todos sus actos en la Constitución.

Sufragio efectivo, no reelección, resumió las aspiraciones de los demócratas que reivindicaban el ejercicio del voto universal en igualdad, pues si bien se podía votar y se realizaban elecciones, las leyes electorales derivaban a la autoridad municipal (controlada por los cacicazgos), la elaboración del padrón electoral con exclusión total de mujeres, trabajadores domésticos, varones menores de 21, a solteros, a quien no supiera leer y escribir, a quienes no tuvieran propiedad y a la población indígena, entre otros.

Lograr el voto por igual a hombres y mujeres, así como la posibilidad de ser electos fue posible hasta 1953. A pesar de las luchas feministas y de diversas iniciativas previas, la visión conservadora se imponía cuestionándose la necesidad de considerar a las mujeres como ciudadanas. La intervención del diputado Elorduy en el debate para la “concesión” (así lo dice la iniciativa) del voto a la mujer en las elecciones municipales, ilustra ese pensamiento: “La idiosincrasia de la mujer mexicana no es para la política; es de tal manera sencilla e influye tanto en su corazón el esposo, el hijo o el padre, que no tiene la fuerza necesaria de resistencia para no guiarse en muchos casos por los varones de su casa”.

La lucha por el voto universal sintetiza un reclamo profundo, el de la democracia entendida no sólo como el poder del pueblo, sino que el poder sea para servir al pueblo y no a una élite privilegiada. La definición constitucional de democracia dice que no solamente (es) una estructura jurídica y un régimen político, sino un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo. Es decir, el sufragio universal, la renovación y división de poderes, elecciones limpias deben llevar a cumplir el propósito esencial de la democracia que es lograr el bienestar social.

Por tanto, el voto es un paso en el proceso democrático, el camino es largo y depende mucho de la participación ciudadana, pues más allá de la representación a través de los candidatos a los diversos cargos de elección popular, debemos transitar hacia una democracia participativa que incluya el plebiscito, el referéndum e iniciativa popular como posibilidades reales de ser consultado sobre decisiones trascendentes para la vida pública o poder generar iniciativas de ley desde los ciudadanos. La revocación de mandato, transparencia, rendición de cuentas, paridad, también deben estar presentes en el ejercicio de un poder que no pierda de vista que la soberanía reside esencial y originalmente en el pueblo y que el poder público se instituye para beneficio del pueblo.

Ciertamente, si la vida política del México del siglo 20 siguió marcada por los cacicazgos políticos y el fraude electoral hasta nuestros días, se hace difícil pensar que el voto por sí mismo pueda romper esa inercia; pero hay momentos claves en la vida de México, como lo es hoy, cuando el cambio se puede lograr por voluntad ciudadana mayoritaria.

Por eso hay que salir a votar. El voto masivo inhibe la tentativa de fraude, de compra de voluntades. El voto es una herramienta para iniciar la transformación del país por la vía pacífica. Hagamos del derecho al sufragio universal, libre, secreto y directo —que ha costado sacrificio y años de lucha para miles de mexicanos y mexicanas—, una verdadera herramienta para la transformación social.

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