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AMLO, el poder y Maquiavelo

Hay dos consecuencias de los resultados electorales del 1 de julio que son fundamentales para visualizar el futuro de la transición política en México. La primera es el desplazamiento de las fuerzas políticas que habían dominado el aparato del Estado desde la época posrevolucionaria, el denominado PRIAN y cuya derrota suministra el cimiento para la construcción de un nuevo régimen de gobierno en el país.

La segunda, que me parece de singular importancia, es la entronización a la Presidencia de un personaje con un enorme poder político producto de una votación mayoritaria que no solamente le confirió el mandato de ejercer el Poder Ejecutivo, sino que también le otorgó la mayoría en las cámaras legislativas. Sin estos elementos resulta muy difícil entender lo que está sucediendo en el ámbito político.

La presencia de un actor político que concentra la magnitud de poder que caracteriza a López Obrador resulta un hecho inédito en la vida pública. Para encontrar casos con alguna similitud habría que remontarse a la primera época del período posrevolucionario en las figuras de Calles y, especialmente, de Lázaro Cárdenas. Ninguno otro de sus sucesores, de Ávila Camacho a Peña Nieto, pueden ser considerados como hombres de poder. Los presidentes del período de hegemonía priísta, incluyendo a los panistas, se limitaron durante su ejercicio a garantizar la continuidad de un régimen que desde 1988 acusaba ya un severo distanciamiento con los intereses populares. Hegemonía que los votantes del 1 de julio se encargaron de arrasar.

El candidato ganador asumió de inmediato el mandato de las urnas y se dispuso a ponerlo de manifiesto. Ante el vacío del poder de un gobierno en retirada, López Obrador y su futuro gabinete han realizado acciones, con las que más allá del ámbito declarativo han comenzado a incidir en el derrotero de la vida nacional. Y por lo pronto, con la instauración de la 64ª Legislatura, mediante la introducción de iniciativas, ha empezado a marcar pauta en el campo legislativo.

El creciente activismo de López Obrador ha producido una fuerte resistencia en un limitado círculo de académicos y opinadores, que publican en medios de alcance nacional y que pasaron del asombro y cierta curiosidad de los primeros días a una campaña en la que desde lo “políticamente correcto” o lo “químicamente puro” se han dedicado a señalar en sus columnas, algunas acciones de presidente electo y su emergente partido político, que según su parecer se “contraponen” e incluso “traicionan” lo que AMLO ofertó en campaña y/o las directrices establecidas en su proyecto de la cuarta transformación.

El mismo día que Martí Batres, el presidente de la cámara, anuncia la supresión del bono de 350 mil pesos que se acostumbraba otorgar a los nuevos senadores, los opinadores y en consonancia con ellos los medios que los publican destacaban el permiso otorgado a Manuel Velasco para regresar al gobierno de Chiapas y el paso de cinco diputados del Partido Verde a la fracción de Morena para que ésta garantizara la Presidencia de la Junta de Coordinación Política. Los mismos que durante la campaña se la pasaron insistiendo en la imposibilidad de realizar las promesas y los proyectos de AMLO ahora le reclaman que no las lleve a cabo.

Ciertamente su comportamiento no resulta extraño. Acostumbrados a que sus relaciones con el poder establecido, independientemente de su signo político, les generaba un cierto estatus y algunos beneficios, no han terminado de entender lo que sucedió el 1 de julio. No han entendido que el que llega a Palacio Nacional no llega como heredero de la tradición Prianista, no es parte de ellos, sino que llega a desplazarlos. No han entendido (aunque se refieren a él como “animal político”) que el nuevo presidente conoce el tamaño del poder y sus dimensiones. Y que no sólo lo conoce, sino que sabe cómo ejercerlo. Sería de utilidad que volvieran a leer a Maquiavelo.

Opinión de: @fracegon

JJ/I