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50 años

Esta semana se cumplieron 50 años de la matanza de Tlatelolco, y aunque el país evidentemente no es el mismo; sin embargo, hay todavía muchos paralelismos que persisten, y hacen que se mantenga relevante la fecha del 2 de octubre, pues todavía no hemos sanado esa y muchas otras heridas; nos hace falta entender realmente lo que pasó, sólo así podremos evitar que se repita.

El país es distinto. Hace tan sólo unos años, hubiera sido impensable que los medios oficialistas dijeran algo en contra del gobierno. Yo crecí viendo en la televisión una narrativa que siempre culpó a los estudiantes de los hechos, y que año con año se limitaba a denostar a quienes marchaban en conmemoración de estos sucesos, resaltando exclusivamente la violencia o el vandalismo. Fuera de la capital, la fecha pasaba las más de las veces desapercibida; la mayoría de mis compañeros en la preparatoria ni siquiera sabía lo que había ocurrido en ese día. Pero este año algo cambió. De manera por demás simbólica, Televisa estrenó el día en que se cumplían 50 años de la masacre, una serie sobre Tlatelolco, denominada “Un extraño enemigo”, a través de un canal privado de streaming. ¿Televisa involucrada en un proyecto que critica al régimen de Díaz Ordaz, al que defendió durante décadas?

Pese a ser una serie narrada como ficción basada en hechos reales, la reconstrucción de los hechos pareciera indicar que todo se debió a una pugna por la silla presidencial que se salió de control, lo que de alguna manera protege a Díaz Ordaz (confieso que no he visto la serie completa) y deja de lado su papel en la represión de los ferrocarrileros, de las enfermeras y de los médicos, que antecedió al ataque en contra de los estudiantes.

A medio siglo de distancia, México efectivamente pareciera ser otro, pero una mirada que explorara por debajo de la superficie encontraría un régimen autoritario que se resiste a morir. Ni siquiera la transición de 2000 lo modificó sustancialmente, las tendencias totalitarias persisten. Si bien es cierto que hay una mayor libertad de prensa (no gracias a los gobiernos, como los políticos quisieran hacernos creer, sino a la presión ciudadana y la aparición de los medios a través de internet), mucha de esta sigue siendo controlada a través de los presupuestos masivos de comunicación social (José López Portillo decía que “él no pagaba para que le pegaran” en referencia a sus vínculos con cierto periódico nacional).

Otro ejemplo es la vigilancia ilegal que el gobierno hacía de sus opositores e incluso de otras personas que consideraba como relevantes. A través de una aplicación denominada Pegasus, que se infiltraba como caballo de Troya en los celulares, las instancias de seguridad nos espiaban.

Pero quizá el caso más evidente y doloroso que nos grita que las cosas no han cambiado del todo, es la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Después de tantos años, nuestro gobierno es incapaz de dar la cara y decir la verdad en lugar de construir narrativas que no se sostienen. Seguimos sin conocer a cabalidad la parte que jugó el ejército en ambos casos, así como tampoco tenemos acceso total a las investigaciones y documentos en poder del gobierno y sus órganos de seguridad. La esperanza que queda es que con la llegada de un nuevo gobierno (¿un cambio de régimen?) podamos saber qué fue lo que realmente ocurrió, lo que es un paso indispensable para la reconciliación nacional.

Tlatelolco es uno de los eventos que marcó nuestra historia reciente, para bien y para mal. Creó un ambiente en el que la protesta social fue criminalizada y controlada a través del corporativismo, y que permitió al gobierno hacer lo que quisiera sin enfrentarse a la sociedad, como ocurre constantemente en otros países.

Tengo la esperanza que la generación de quienes son jóvenes nos ayude a despertar después de 50 años.

da/i