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Migrantes en Jalisco: lo bueno, lo malo y lo feo

Gente de buen corazón que buscó apoyar; personas solidarias con quienes atraviesan una situación difícil; creyentes congruentes con quien dijo que tuvo hambre y sed, y le dieron de comer y beber; los buenos samaritanos que no necesitan subir a las redes una selfi para presumir su obra; los generosos, los compartidos son los que han estado recibiendo en Jalisco a miles de centroamericanos que huyen de la violencia que se ceba en gente inerme, de la pobreza que no escandaliza a los gobernantes, de la crisis económica, moral y política que ensombrece a los países centroamericanos.

La movilización de jaliscienses en lo individual, en familias o en organizaciones, de manera espontánea, anónima o pública, a través de instituciones o sin ellas, reivindica al ser humano. Desde quien les entregó botellas con agua hasta los que organizan acopio de alimentos no perecederos o artículos para bebés. Las manos están extendidas.

Ahí han estado profesores, alumnos, empleados de universidades como la UdeG, la Univa y el ITESO; asociaciones como Cáritas de Guadalajara o FM4 Paso Libre; monjas de diferentes órdenes, sacerdotes diocesanos, jesuitas, misioneros scalabrinianos; la Federación de Estudiantes Universitarios, El Refugio Casa del Migrante enclavado en el cerro del Cuatro, organizaciones vecinales y parroquiales, y decenas de empleados de las comisiones estatal y nacional de derechos humanos, bomberos, protección civil, policías municipales y estatales, DIF Jalisco y municipales, Cruz Verde, y una larga lista que incluye a otros.

No son todos, me faltan. Lo importante es que en su conjunto han hecho frente a la crisis humanitaria reflejada en los rostros y cansancios de los que caminan rumbo al norte. Se trata de los jaliscienses que han acudido lo mismo a servir comida caliente, a recoger ropa, a dar atención médica o reunir fondos para rentar vehículos para transportar. Incluyo a los reporteros, fotógrafos y camarógrafos que son nuestros ojos y con respeto han acompañado a los migrantes. Todo esto es lo bueno.

Lo malo es cómo actuó el gobierno estatal. Al principio todo iba bien, por lo menos los primeros dos días. Se preparó como albergue el Auditorio Benito Juárez, diferentes dependencias consiguieron colchonetas, cobijas, víveres, pañales, ropa, brindaron seguridad. De pronto, de manera abrupta, sin avisar a las asociaciones que apoyaban en el auditorio, el gobernador Aristóteles Sandoval decidió cerrarlo. Lo que era una labor entre sociedad civil y autoridades de distintos niveles, la echó por la borda.

Cuando cualquier noticiario daba cuenta de que venían en camino tres caravanas más, señaló que “no se reporta ningún arribo masivo de migrantes”, lo cual era falso. O lo engañaron o mintió. ¿Lo presionaron? No lo sabemos. Lo que sí conocemos es que fue una pésima decisión, insensible, en un sexenio que agoniza con problemas serios de derechos humanos.

Añadamos que el secretario general de Gobierno, Roberto López, mintió a los migrantes de la primera caravana, pues les prometió trasladarlos hasta cerca de Nayarit, pero los autobuses utilizados los abandonaron a la intemperie, cerca de la caseta de El Arenal, a 90 kilómetros del punto acordado. Ahí quedaron, vulnerables, desprotegidos, bebés, niños y niñas, adultos enfermos, con sus familias. Dejados a su suerte. Como objetos. Fue una acción deshumanizada.

La decisión de gobierno estatal dejó más desvalidos a los migrantes, los despojó de sus derechos reconocidos internacionalmente. Personas que han dejado todo en sus países, que han viajado en las peores condiciones, que enfrentan un incierto presente y futuro, que han padecido terribles situaciones, no por gusto, sino de manera forzada, merecen un trato digno, respetuoso, de hermano. En un país de migrantes como México se desprecia a los migrantes, incluidos clasemedieros, las élites y en los más altos niveles de gobierno.

Lo feo ya lo conocemos. Ni siquiera vale la pena mencionarlo. No tiene sentido reproducir el discurso de odio. Ni hablar de la miseria espiritual que brota en las redes sociales.

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JJ/I